viernes, 27 de mayo de 2016

LA EXISTENCIA CONCIENTE ILIMITADA
Psicología Transpersonal

Ricardo Alfredo Leveratto


Primera Parte
Los conceptos básicos



Psicología y espiritualidad

El  término psicología etimológicamente significa aquello que atañe al alma o al espíritu, siendo por lo tanto un sinónimo de espiritualidad. Sin embargo, el uso popular le ha dado a ambos términos significados diferentes. Así, a la Psicología se la ha asociado con la ciencia, mientras que a la Espiritualidad con la religión.

Desde que la ciencia se desarrolló, lo espiritual fue relacionado con la ignorancia y fue descalificado, pasando a ser lo científico el conocimiento valorado por excelencia.

La ciencia es el conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente.

El conocimiento espiritual, en cambio, no se obtiene por la percepción y la inferencia, sino que debe ser recibido por la transmisión de un maestro luego de haber preparado la mente para que ese conocimiento tenga lugar. Este tener lugar es lo que se conoce como revelación del conocimiento y ocurre dentro de la mente. No existe la posibilidad de adquirirlo mediante la observación y el razonamiento como ocurre con la ciencia.

Antiguamente los que transmitían el conocimiento espiritual eran los místicos, los sacerdotes, los brujos, los chamanes y todos aquellos seres que fueron luego descalificados por los científicos. Estas personas adquirieron ese conocimiento por revelación del mismo a través de la transmisión y la introspección, no por deducciones propias, y lo trasmitieron a los demás por cuerpos de conocimiento que constituyeron luego las religiones. “Religión” significa etimológicamente “re-ligar”, en el sentido de unir al ser humano con toda la creación, en la verdad de la Unidad del Universo. Todas las religiones tienen bases éticas y culturales comunes y encierran profundas y eternas verdades espirituales que conducen al amor, a la paz y a la armonía en el vivir tanto individual como colectivo de los seres humanos.

Así fue que este conocimiento, recibido por los seres intuitivos de todas partes del planeta y en todas las épocas, dio origen a que una única Verdad fuera trasmitida con distintas formas –las religiones- que simbolizaban esa misma Verdad. Esto originó que se confundiera lo simbolizado con el símbolo y se defendiera a este último como lo verdadero, generándose cruentas luchas sin percibir que la diversidad de formas se refería al mismo contenido.

El conocimiento espiritual da cuenta del funcionamiento del Universo y del ser humano como parte de él. A partir de este conocimiento, los conceptos de salud, enfermedad y curación cobran un sentido diferente y más amplio que el vigente en la medicina y en la psicología corriente. Del mismo modo podemos hablar de otra política, de otra empresa,  o de otra manera de concebir la sociedad.

La ciencia y la espiritualidad ocuparon ámbitos diferentes, desligados uno del otro. Los científicos desarrollaron una metodología basada en la observación y descripción de fenómenos, el análisis de los datos obtenidos y la experimentación. Se dedicaron a estudiar lo material,  lo accesible por los sentidos físicos, generando una ciencia mecanicista.

A pesar de que la psicología incursionó por ámbitos no materiales, también en ella influyó esta concepción mecanicista, llevando a entender a la conciencia como un producto del cerebro, así como la bilis lo es del hígado o la orina del riñón.

El conocimiento adquirido por vías que excedían los sentidos físicos quedó relegado a la religión y considerado, tanto por la ciencia como por la gente común, inexistente o despreciable.

Esta polarización de la ciencia materialista y de la espiritualidad condujo a que el ser humano se disociara y se distanciara de los códigos morales y éticos, olvidándose de sus valores, buscando así el éxito material como sentido de su vida sin importar cómo era conseguido. El resultado de esta disociación entre la materia y el  espíritu –entre lo personal y lo transpersonal- llevó a la infelicidad individual y colectiva del ser humano, base de las patologías individuales y sociales.

Lo sorprendente fue que en el siglo XX aparecieron científicos que empezaron a describir la realidad de la misma manera en que se lo hacía en los tratados místicos orientales, en las escrituras milenarias, al punto que puede resultar difícil distinguir si determinadas afirmaciones fueron efectuadas por un físico cuántico o por un místico. Y esto lo describió magníficamente Capra en 1975 en su libro “El Tao de la Física”.

Como consecuencia de ello, en las últimas décadas del siglo XX Occidente empezó a ser impregnado por el conocimiento oriental y comenzó a practicarse una nueva forma de saber: la visión interior, la meditación, la búsqueda de estados ampliados de conciencia –diferentes de la conciencia habitual- para conectarse con el conocimiento y con la paz interior. Esta apertura a Oriente posibilitó la divulgación del conocimiento espiritual que hasta algunos años antes había estado reservado a pequeños grupos, y también la revalorización de la cultura indígena, depositaria de un saber profundo. Fue así que con el transcurso de los años el conocimiento espiritual fue ingresando en la Psicología y en la vida cotidiana en forma de prácticas o terapias y, de a poco, a ser menos resistido.

Estas nuevas terapias se difundieron al principio como técnicas que prometían la conexión con los niveles superiores del ser, la transformación y el bienestar humano. Así, la población se vio bombardeada con propuestas tales como la apertura y la activación de los chakras, la programación neurolinguística, la visualización creativa, las técnicas de autoconfianza, el control mental, la aromaterapia, la terapia floral, la programación positiva, la armonización con cristales, la gemoterapia, y muchísimas más. Pero todas estas técnicas, desligadas del conocimiento que las sustentaba, empezaron a practicarse con un criterio mecanicista o sintomático, heredero del materialismo imperante.

Los terapeutas y los usuarios de estas terapias se encontraron entonces en medio de una lucha de modelos de pensamiento –los paradigmas-  que interpretaron como la opción materialismo o espiritualidad, sin darse cuenta de que eran dos aspectos de una única realidad  que tiene leyes diferentes según el nivel al que nos refiramos.


La Espiritualidad

La espiritualidad es la sabiduría supremamente inteligente que subyace en todos los fenómenos de Universo. Se trata de un saber absoluto que trasciende cualquier límite, como las formas, el tiempo y el espacio. Es la sabiduría que explica qué es el Ser, es decir uno mismo.

La espiritualidad es también un sistema de conocimiento que constituye la base para llegar a ella, es decir, el conjunto de reglas y principios para obtener tal sabiduría. No es posible obtener ese conocimiento sin la práctica necesaria ni obtener resultados de la práctica sin recibir el conocimiento en el que está basada. Está destinado a aquellos que buscan el conocimiento del Ser: el autoconocimiento.

Se trata de un saber que no es creado por una mente humana. No es una teoría. No puede ser obtenido ni por la inferencia ni por la deducción ni por la percepción. Es un conocimiento transmitido y revelado dentro de la mente cuando se realizan las prácticas necesarias. Este saber no tiene principio. Siempre ha existido y se ha revelado en las mentes que han seguido las reglas y principios para obtenerlo. A diferencia de la ciencia, que es un conocimiento que está en permanente desarrollo, la espiritualidad es un conocimiento completo, acabado y que, además, ya está en nosotros. Es por eso que se revela cuando seguimos el procedimiento adecuado.

La mente humana puede estar en estado de equilibrio o de desequilibrio, este último expresado como agitación o depresión. Para que el conocimiento transmitido penetre en la mente es necesario que ésta esté equilibrada. Las prácticas equilibran la mente. Cuando la mente equilibrada es expuesta al conocimiento, éste la modifica. Esta modificación consiste en un mayor grado de comprensión. Si esa mente vuelve a exponerse al conocimiento, al ser una mente modificada, tendrá una comprensión mayor que la primera vez. Y así sucesivamente. Este es el poder del conocimiento espiritual, que al eliminar la ignorancia del Ser, de quién uno es, elimina el sufrimiento mental, la aflicción.
Tratándose de un conocimiento que no es humano, no puede ser demostrado ni refutado. La única forma de comprobar su validez es su estudio y práctica. Quien lo recibe tiene que exponerse a él, reflexionar sobre los conceptos transmitidos hasta comprenderlos y finalmente contemplar en sí mismo lo que se ha aprendido.

En el ser humano la espiritualidad se manifiesta como aquello que le induce a trascender su egoísmo, lo que lo lleva a dominar sus instintos y su mente en función de una realidad más amplia y superior. Se refiere a todos los niveles de conciencia y todas las actividades humanas que tienen en común el respeto por determinados valores, como la ética, la estética, lo heroico, lo humanitario, la verdad, la no violencia, el amor altruista, y que se manifiestan como creatividad, discernimiento, originalidad, sentido del humor, capacidad lúdica, compasividad, cooperativismo, empatía, entrega a una causa que está más allá de la propia persona, solidaridad, servicio desinteresado, idealismo, coraje, voluntad, disciplina, resistencia, responsabilidad.


La Psicología Transpersonal

A partir de los años setenta la irrupción del conocimiento espiritual en Occidente dio lugar a un movimiento que culminó en los Estados Unidos con el surgimiento de la Psicología Transpersonal, que en los años ochenta se irradió a Sudamérica.

El movimiento transpersonal –que se extendió a todas las disciplinas y se hizo internacional- es una corriente que une a individuos de diferentes profesiones y preferencias filosófico-espirituales, quienes usando los métodos específicos de sus disciplinas y los resultados de sus observaciones, reconocen la unidad fundamental subyacente en el mundo de los objetos y seres separados y aplican esa nueva comprensión en sus respectivos campos.

El término transpersonal alude a aquello que está más allá de la persona, entendiendo a ésta como el complejo formado por el cuerpo y la mente. Por lo tanto, si lo que está más allá de la persona es el espíritu,  transpersonal es un eufemismo de espiritual, expresión que generaba escozor en esa época científico-materialista.
Tomar en cuenta el conocimiento espiritual produce un cambio paradigmático que hace que se vea de manera diferente el mundo al que se aplican las observaciones psicológicas que uno realiza. En términos de Thomas S. Kuhn, es algo así como si la comunidad profesional fuera transportada repentinamente a otro planeta, donde los objetos familiares se ven bajo una luz diferente y, además, se les unen otros objetos desconocidos.


Antecedentes de la Psicología Transpersonal

Algunos antecedentes de este resurgimiento de lo espiritual en Occidente son la aparición de la medicina homeopática, desarrollada por Samuel Hahnemann, la medicina antroposófica, basada en los estudios de Rudolf Steiner, la medicina floral de Edward Bach, el concepto de inconsciente colectivo en la obra de Carl G. Jung y la psicosíntesis de Roberto Assagioli.

La medicina homeopática, fundadas en las ideas hipocráticas de curación por lo similar (similla similibus curantur), fue desarrollada en el siglo XIX por Samuel Hahnemann, quien sostenía que las enfermedades no dependen de ningún principio material sino de la alteración dinámica de la fuerza que anima al cuerpo del hombre. Representa un intento por desligarse del materialismo y está imbuida de un fuerte contenido espiritual. Según esta disciplina, las enfermedades son aberraciones dinámicas que nuestra vida espiritual experimenta en su manera de sentir y obrar, esto es, cambios inmateriales en nuestra manera de ser.

La medicina antroposófica se fundó en Suiza en 1913 a partir de los desarrollos de Rudolf Steiner, quien realizó un exhaustivo estudio de los Evangelios. En el diagnóstico de la enfermedad, tiene en cuenta la consideración del ser anímico-espiritual del hombre.

La medicina floral de Edward Bach surge en Inglaterra en los años treinta y posee una influencia espiritual oriental de la que toma, entre otros, los conceptos de karma y reencarnación.

En la obra del psiquiatra suizo Carl G. Jung se introduce el concepto de inconsciente colectivo para referirse a ciertas imágenes y motivos –arquetipos- que aparecen en individuos de todas las épocas y culturas. Estos arquetipos son universales y se los encuentra, a lo largo de toda la historia de la humanidad, en la mitología, el folklore y el arte. Las religiones y la mitología constituyen importantes fuentes de información acerca de estos aspectos colectivos del inconciente.

En Italia, el psiquiatra Roberto Assagioli acentuó el papel de la espiritualidad en la vida humana y, describiendo todos los aconteceres del camino espiritual, fundó el sistema psicoterapéutico denominado psicosíntesis.





Las prácticas

Como hemos dicho más arriba, las prácticas son necesarias para equilibrar la mente y que entonces el conocimiento que estamos transmitiendo penetre en ella y la modifique.

La primera práctica

La meditación

Sentados cómodamente y con la columna erguida cerramos los ojos y observamos nuestra respiración, nos concentramos en ella. Veremos enseguida que la mente se escapa de este anclaje y aparecen pensamientos, emociones o sensaciones que nos distraen. Cuando nos damos cuenta de ello regresamos al anclaje cenestésico de la respiración. Cada vez que la mente se va, repetimos el procedimiento. Con cinco o diez minutos de práctica por día es suficiente al principio. Con el tiempo este lapso se irá extendiendo naturalmente, sin ningún esfuerzo extra.

Con la meditación comprobamos que la mente se mueve continuamente yendo de una cosa a otra. No existe “mente en blanco” ni “mente quieta”. A veces está más agitada y otras veces está más tranquila, pero siempre se mueve. Observamos cómo está.

También notamos que si puedo interrumpir un pensamiento, una emoción, un recuerdo o una sensación y retirarme de ello, yo no soy ninguna de esas cosas, ya que yo no me puedo ir de mí mismo. Yo soy quien observa esos movimientos de la mente. Soy el observador que no puede ser observado. Soy el sujeto que no puede ser objetivado. Todo lo que puedo objetivar no soy yo. La meditación entonces, permite des-identificarnos del cuerpo y de la mente y darnos cuenta de que soy la conciencia en cuya presencia todo ocurre: una existencia conciente ilimitada.


Esta conciencia está presente siempre: en la vigilia, en el sueño profundo y en la sueño con imágenes. Es el testigo de todos esos estados. En la vigilia se identifica con el individuo que creemos ser. Pero este individuo desaparece en el sueño profundo y la vivencia es “no supe nada” o ignorancia. Cuando aparece el sueño con imágenes nos identificamos con el personaje de ese sueño, que desaparece al despertarnos.


Cuando decimos yo estoy despierto, yo dormí, yo soñé, ¿qué es invariable? El ‘yo’. Pero lo que sigue es variable. Yo soy invariable en los tres estados. Por lo tanto yo no soy el que está despierto, ni el durmiente profundo ni el durmiente con imágenes. Yo soy el que experimenta alternativamente esos tres estados. Pero ninguno de ellos es mi atributo intrínseco. La conciencia es única e invariable. Todo lo demás es variable.


La segunda práctica

Cambiaremos ahora el anclaje: en vez de la respiración nos concentraremos en una imagen. Puede ser una luz o una imagen cualquiera. Cuanto más simple mejor. De nuevo, cuando la mente hace sus movimientos la llevamos hacia este anclaje visual.

Ahora probamos con un anclaje auditivo: elegimos un sonido, una palabra, un mantra, la palabra ‘yo’ y repetimos el procedimiento.

Por último probaremos otro anclaje: ser conciente de ‘yo’ el que medita, el que observa, el sujeto que objetiva. A esto lo llamamos contemplación en el ser.

Una vez que hemos practicado todas estas formas de meditar elegimos cuál es la más fácil para uno mismo. Y no la cambiamos más.

Ahora buscamos el lugar y la hora en que vamos a meditar. Tratamos de acostumbrar a la mente a que cuando nos sentamos en ese lugar y en ese momento vamos a trabajar con ella, a observarla. La mejor manera de seleccionar el momento es ponerlo en una secuencia: después de despertarnos, después de desayunar, antes de empezar a trabajar. Utilizamos así una característica de la mente –la de no ser creativa y repetir siempre lo mismo- para que acepte nuestro trabajo y no lo interfiera.

Esta práctica no debe ser interrumpida, debe hacerse todos los días durante un lapso moderado. Como dijimos antes, con el tiempo se irá extendiendo naturalmente.





Paradigma

            En su libro La estructura de las revoluciones científicas, T. S. Kuhn desarrolla la noción de paradigma. Un paradigma establece el marco conceptual dentro del cual se desenvuelve la investigación científica en un área determinada y plantea cuáles son las entidades fundamentales, qué clase de interacciones hay entre ellas, qué clase de preguntas es lícito hacerse y qué técnicas son adecuadas para buscar soluciones. Todo aquello que no entra dentro de los parámetros establecidos, es ignorado.

            Un paradigma es un modelo o un patrón aceptado acerca de cómo se debe interpretar la realidad. Surge como una teoría sin precedentes y es lo bastante incompleto como para dejar muchos problemas para ser resueltos. Sin embargo, cuenta con el consentimiento y el compromiso de gran parte de la comunidad científica, de mantenerlo.

            Siendo un mapa acerca de cómo son las cosas y de cómo deberían ser, este supuesto funciona como un marco de referencia que se establece como una creencia incuestionable.  Aquellos que la desafían son sancionados. Ejemplos que ahora pueden parecernos burdos acerca de esto son la creencia de que la Tierra es plana o la de que todos los planetas giran a su alrededor.

            Según Kuhn, los paradigmas son sustituidos por otros nuevos mediante verdaderas revoluciones científicas, en las que se producen transformaciones importantes de los criterios que determinan la legitimidad tanto de los problemas como de las soluciones propuestas.

            Este cambio de paradigma se produce bruscamente. No se trata de un proceso lento en el que a los conocimientos viejos se agregan otros nuevos y así se va constituyendo la nueva teoría. Por el contrario, el incluir elementos no tenidos en cuenta hasta ese momento, cambia los criterios de evaluación de la realidad. Al mirar con otra óptica se ven cosas nuevas y diferentes y el efecto es el de una venda que se cae de los ojos o el de una iluminación repentina. Es como cuando estamos mirando el dibujo de dos perfiles enfrentados y de pronto nos damos cuenta de que se trata de un jarrón.

            El concepto de paradigma descripto por Kuhn en su estudio de las revoluciones científicas muestra una de las características funcionales de la mente. Se trata de la “no-creatividad” y del apego a un aprendizaje hecho, sea éste veraz o no. La mente es condicionable, y una vez que se realiza un aprendizaje, se adquiere una conducta o se forma una memoria, responderá siempre de la misma manera, automáticamente.

            La posibilidad de romper este condicionamiento implica un nivel de funcionamiento superior, trascendente -la creatividad-, que consiste en decir que no a las respuestas condicionadas aprendidas y crear algo nuevo.

            La condicionabilidad de la mente puede ser puesta en evidencia con el ejemplo del jarrón y los perfiles. Si a un grupo de personas se les muestra durante unos minutos dibujos de jarrones y a otro grupo se les muestra dibujos de perfiles, seguramente el primer grupo verá el jarrón, mientras que el segundo verá los perfiles. Esto significa que si pasamos mucho tiempo con un grupo de personas que ve la realidad de una manera determinada, nosotros también la veremos de la misma forma. Es decir que nuestra educación en determinada familia, clase social, o cultura, determinará inexorablemente nuestra manera de pensar, de sentir y de actuar. A menos que lo cuestionemos. Y esto implica poner en juego posibilidades supra-mentales

En este sentido, la disociación materia-espíritu fue el resultado de un paradigma que puso en primer plano la materia y reconoció como únicas vías del conocimiento del Universo a la razón y a la percepción sensorial, relegando el conocimiento espiritual, trascendente o transpersonal.

Cuando, a principios del siglo XX, Albert Einstein formuló la teoría de la relatividad y dijo que el espacio y el tiempo estaban íntimamente relacionados formando un continuo cuatridimensional -el espaciotiempo-, que diferentes observadores ordenarían los acontecimientos de un modo distinto en el tiempo si se movían a distintas velocidades con relación a los sucesos observados, y que la fuerza de gravedad curvaba el espaciotiempo, se comenzó a modificar el paradigma establecido, desbaratando las nociones de espacio y tiempo absolutos, el concepto de espacio vacío y el principio de la causalidad de los fenómenos físicos.

Estos hallazgos, sumados a los de la teoría cuántica, llevaron a la formación de un nuevo paradigma, una nueva manera de pensar y de comprender la realidad que se conoció como el paradigma holográfico.

Para el paradigma holográfico, el Universo es como una telaraña interconectada y en continuo movimiento, en el que la materia y la energía son interdependientes: una puede transformarse en la otra y viceversa, como se expresa en la fórmula de Einstein
E = m c2
En ella, E es energía, m es masa y c es una constante, la velocidad de la luz. La masa, entonces, no es más que una forma de energía. Esto nos lleva a comprender cómo un pensamiento o un deseo, que son energías mentales sutiles, pueden materializarse, hacerse concretas, cuando las desaceleramos mediante la claridad, la precisión y la persistencia de los mismos. Todo lo que vemos materializado, antes fue un pensamiento. De la misma manera, grandes cantidades de energía pueden liberarse mediante la fisión nuclear.


La tercera práctica
La acción correcta
(o la forma correcta de llevar a cabo las acciones)

Esta práctica se refiere a cómo proceder con respecto a nuestras acciones y dice que hay que hacer lo que hay que hacer, éticamente, en tiempo y forma, desvinculado de los resultados y que no hay que hacer lo que no hay que hacer.

Todos sabemos lo que debemos hacer, cuáles son nuestros compromisos y obligaciones. Eso debe hacerse en el momento apropiado, sin postergarlo ni apresurarlo, de la mejor manera que lo podamos realizar, siempre apuntando a la excelencia. Debe ser hecho correctamente, es decir haciendo aquello que nos gustaría que nos hagan y no haciendo lo que no nos gustaría. Si no nos gusta que nos violenten, nos mientan o nos roben, no debemos hacerlo. Tampoco debemos hacer aquello que no nos corresponde, ni por sometimiento ni por sobreprotección.

En cuanto a que la acción debe estar desvinculada del resultado, debemos entender que siempre tenemos una intención cuando iniciamos una acción, pero eso no significa que el resultado sea el buscado. Esto no depende de nosotros. Hay cuatro resultados posibles cuando llevamos adelante una acción: obtener lo que buscamos, obtener más de lo que buscamos, obtener menos de los que buscamos u obtener exactamente lo opuesto. Esto es porque hay variables trascendentes que no podemos controlar. Somos dueños de la acción pero no del resultado.

Cuando creemos que somos los dueños del resultado y que lo controlamos, si obtenemos lo que queremos nos sentimos orgullosos. Si ocurre lo contrario, nos sentimos fracasados.

Todas nuestras acciones y movimientos no son independientes sino que están incluidos dentro de un movimiento mayor, trascendente y abarcativo de todo el Cosmos. Cuando llevamos adelante esta práctica como está indicada todo se facilita. Esto se debe a que nos montamos en ese movimiento trascendente. Es entonces como barrenar una ola: su fuerza nos lleva. Si por el contrario queremos controlar la acción y sus resultados, alteramos el fluir natural, todo se dificulta y sucede como si la ola nos revolcara.


El mundo subatómico

            Con respecto al mundo subatómico, la Física Cuántica demostró que los átomos, en lugar de ser duros e indestructibles como indicaba la física clásica, son vastas regiones de espacio donde partículas extremadamente pequeñas, los electrones, se mueven alrededor del núcleo atraídas hacia él por medio de fuerzas eléctricas. Los electrones no son  objetos sólidos sino que son condensaciones  del campo electromagnético indiferenciado que constituye el átomo, y que giran a altas velocidades alrededor del núcleo. Pero esta gran concentración de energía no está claramente delineada respecto del resto del campo. Es algo así como si en una tela, una parte de su trama fuera más apretada, y esta zona se fuera desplazando a medida que se aprieta lo que está por delante y se afloja lo que está por detrás. O también como aquello que vemos en los estadios cuando los asistentes hacen “la ola”: un grupo se levanta mientras se sienta el grupo de la derecha, y se sienta justo antes que se levante el grupo de la izquierda. Lo que vemos es un movimiento que se desplaza, no “algo” que se mueve.

            Pero esto no es todo. Esa condensación que se desplaza –el electrón- sólo se pone en evidencia y se detecta dónde está cuando se lo quiere objetivar. A esto se lo llamó el aspecto partícula del electrón.

            Si no le prestamos atención, el electrón puede estar en cualquier parte, es decir, se disuelve en el campo del que es una condensación –la tela o los asistentes al estadio en los ejemplos. A esto se lo llamó el aspecto onda del electrón, porque se trata de una onda de probabilidad de encontrarlo en cualquier lugar del campo: es probable que esté aquí o allá.

            Este es el “principio de incertidumbre” de Heisenberg, por el cual se dice que la trayectoria del electrón se vuelve existente sólo cuando lo observamos. Si lo hacemos, siempre lo encontramos localizado, como sucede con una partícula. Si no lo observamos, el electrón extiende su existencia a más de un lugar al mismo tiempo (onda).

            La presunción de la física clásica es que el mundo material de los objetos existe ahí afuera, independiente del observador. Pero la física cuántica dice que no es así: no hay objeto en el espaciotiempo sin un sujeto consciente que lo mire. Es la conciencia la que hace que un objeto aparezca en el mundo de la manifestación.

            El aspecto onda de un electrón es trascendente, dado que nunca lo vemos manifestado. Es traído a la manifestación sólo cuando conscientemente, por un proceso de atención, se elige una de sus múltiples facetas posibles, representadas por los diferentes puntos de la onda de probabilidad.

            En el dominio trascendente, el Universo existe como una potencia sin forma de infinitas posibilidades y se vuelve manifiesto sólo cuando es observado por un ser consciente. Si una persona cambia su manera de ver la realidad, la vida que lo rodea también será transformada.

           
David Bohm llamó orden plegado implícito a ese estado no manifiesto de la materia que constituye la base sobre la que descansa toda la realidad manifiesta, a la que denominó orden desplegado explícito. Estos dos estados están en intercambio continuo, en el que lo manifiesto surge de lo no manifiesto y se vuelve a fundir en ello. Están así en un perpetuo movimiento al que llamó holomovimiento.

Dadas estas características de unidad e interconexión del Universo, se puede acceder al todo, abordando cualquiera de sus partes.

A este paradigma se lo llamó “holográfico” por la analogía con el holograma, una fotografía tridimensional tomada con rayo láser. Si se recorta un trozo de la película holográfica y se proyecta luz láser sobre ese fragmento de holograma, seguiremos viendo la imagen entera del objeto fotografiado.

Si el Cosmos es un holograma, tanto un átomo, como un ser humano, como el Universo en su totalidad, tendrán la misma estructura, y será posible conocer su funcionamiento a partir de cualquiera de sus partes. El conocimiento del átomo nos permite dar cuenta de que los dos aspectos disociados materia y espíritu, manifiesto e inmanifestado, son parte de una única unidad indivisible, conciente.

Esta analogía con el principio de la naturaleza según el cual una parte puede contener la esencia de la totalidad se expresa en la estructura celular de todas las especies vivientes, en la que cada célula contiene la información de todo el organismo en el código ADN de sus genes. De la misma manera podemos leer el estado de todo el cuerpo en el iris, en el pabellón de la oreja, en la mano, en el pie. Así, en el holograma, tenemos un modelo que contribuye a comprender tanto la estructura energética del Universo como la naturaleza multidimensional del ser humano, que se puede leer en la hojas de té, en la borra del café, en el I Ching, en una carta astrológica, en el Tarot o donde se quiera, siempre que se conozca la técnica de lectura de estos lenguajes sagrados. 

Los sabios de todos los tiempos lograron esta comprensión del cosmos en general y del ser humano en particular, a través de la meditación. Tomándose a sí mismos como partes del todo cósmico, encontraron el conocimiento del Universo íntegro dentro de ellos mismos.
           
El átomo es la unidad más pequeña en la que podemos observar y entender el funcionamiento atómico, humano o universal.

Habíamos visto que los electrones no son sino condensaciones del campo electromagnético indiferenciado que constituye el átomo y que giran a altas velocidades -700 Km/segundo- alrededor del núcleo. Este núcleo es unas cien mil veces más pequeño que todo el átomo y está formado por condensaciones –los protones y los neutrones- que giran setenta veces más rápido que los electrones.

Podemos entonces distinguir dos zonas diferentes en el átomo: el campo electromagnético indiferenciado y las condensaciones del mismo.

El campo electromagnético indiferenciado es inmanifestado, sin forma, trascendente, el orden plegado implícito de Bohm. Es la base inmanente de aquello que se va a manifestar, a adquirir forma: las condensaciones o “partículas” subatómicas, el orden desplegado explícito. El electrón y el campo del que surge y en el que se vuelve a fundir en el holomovimiento, son lo mismo. No hay ningún límite entre ambos.

Pero además del movimiento orbital en el que se desplaza, el electrón vibra. De la velocidad de este movimiento vibratorio, es decir, del número de veces que oscila por segundo –la frecuencia-, depende la densidad o sutilidad de la materia que compone: si la frecuencia es alta, la materia es más sutil; si es baja, es más densa.

Por ejemplo, el pensamiento-mesa es más sutil que el objeto-mesa, que es más denso. Pero sólo se diferencian por la velocidad vibratoria de sus electrones, que es mayor en el primero y menor en el segundo. Es la mente la que decodifica la segunda opción como sólido e impenetrable.

A pesar de ser esencialmente lo mismo, llamamos energía a lo manifestado que no vemos, y materia a lo que sí vemos. El pensamiento-mesa es energía, mientras que el objeto-mesa es materia.


Es decir que existe lo inmanifestado (el campo electromagnético indiferenciado), lo manifestado (las condensaciones) y, dentro de este último, la energía y la materia, según sea más sutil o más denso respectivamente. Como los dos últimos son condensaciones del primero, podemos entender que el Todo sea una red interconectada en continuo movimiento, donde lo uno se transforma en lo otro y no hay límites reales entre ninguna de las tres zonas. Nuevamente, es la mente la que crea la ilusión de formas quietas y separadas.

Lo inmanifestado es una potencia sin forma que además es conciente.

Se transforma en acto, se manifiesta, por propia voluntad.

El electrón aparece como una condensación del campo electromagnético indiferenciado atómico por una expresión auto-conciente del mismo.

Podemos decir entonces que en un acto conciente, voluntario, sabio y creativo el campo atómico indiferenciado se concentra y forma el electrón –y las otras condensaciones. Por lo tanto estas condensaciones, estas partículas subatómicas, tienen a ese campo como causa material y también como causa eficiente o inteligente. Tal campo está inmanente en todas ellas y las trasciende: también está más allá de las condensaciones que, como vimos, no sólo surgen de él sino que también se disuelven en él (holomovimiento).

La relación de medida entre las condensaciones y el espacio electromagnético indiferenciado es inmensa. Si quisiéramos representar un átomo y darle el tamaño de un estadio, el núcleo ocuparía el tamaño de la pelota en el centro del campo de juego y los electrones el de una pelotita de ping pong dando vuelta alrededor del mismo a 700 kilómetros por segundo. Podríamos decir entonces que el 99% del átomo es “espacio vacío” mientras que las condensaciones, la materia, ocupan el 1%. 

La velocidad de los electrones girando alrededor del núcleo da a la materia el aspecto de solidez y quietud, así como las paletas del ventilador al girar aparentan ser un disco. Es la mente la que percibe como sólida a la materia cuando en realidad es “espacio vacío”.

Nuestro concepto materialista de “realidad” está basado en el estudio y conocimiento de ese 1% del todo.

Pero si prestamos atención al 99% restante, al campo electromagnético indiferenciado, veremos que holográficamente se corresponde con el 99% a nivel universal o cósmico, es decir con aquello inmanifestado del Cosmos, así como todos los universos manifestados se corresponden con el 1% manifestado del átomo:

El campo electromagnético indiferenciado (CEMI) = Existencia Conciente Ilimitada (ECI)

            Pero la ECI se expresa en el ser humano como conciencia (Cc), que vivenciamos como Yo. Por lo tanto

                                               CEMI = ECI = Cc= Yo

            Esto significa que Yo soy esa conciencia única que es la causa material e inteligente de todo lo que existe y que a nivel atómico se expresa como campo electromagnético indiferenciado.

            Es el conocimiento espiritual lo que nos llevará a comprender esta ecuación, que es expresada en Vedanta como “Tú eres eso”.


La cuarta práctica

La alineación del pensamiento, la palabra y la acción es una práctica que consiste hacer lo que se dijo que se iba a hacer y en decir lo que se piensa.

Cuando pensamos una cosa y decimos otra hay una persona que piensa y otra que dice, produciéndose una fragmentación. Lo mismo ocurre cuando decimos algo y hacemos otra cosa. Si esto se repite incontables veces terminamos teniendo una mente fragmentada, que se traduce como inquietud, nerviosismo, sentimiento de culpa,  baja autoestima, depresión, mal humor, imposibilidad de disfrutar lo que hacemos.

Por el contrario, cuando se cuida la alineación del pensamiento, la palabra y la acción redundará en una cohesión y fortaleza mental que se experimenta como armonía, sentimiento de libertad, alegría, serenidad y contundencia en nuestras acciones.

Debemos aclarar que no es necesario decir todo lo que se piensa. La alternativa es el silencio. No podemos controlar los pensamientos que aparecen en nuestra mente. Pero una vez que se expresa la intención de una acción, ésta debe ser cumplida para evitar la fragmentación. Aún cuando nos lo decimos a nosotros mismos. Antes de expresar una decisión hay que pensarlo detenidamente. Una vez que se expresa esa decisión, debe ser ejecutada.


El Cosmos

            Extrapolando la constitución atómica al cosmos, vemos que el mismo parece estar organizado en distintos planos, a los que también se los denomina mundos o reinos. Podemos hablar así de plano físico, plano emocional o plano mental.

            Lo inmanifestado, la realidad auto-conciente, tiene principios propios, modalidades de funcionamiento particulares, lo mismo que los planos de la manifestación a los que da origen. Cada realidad funciona con leyes propias que no interfieren en el funcionamiento de las otras.

            Por ejemplo, el espacio en que vivimos en nuestra realidad tridimensional, está ocupado también por otras realidades que no vemos, pero que sí podemos captar cuando encendemos un celular, un aparato de radio o de televisión. Esas realidades son en sí mismas ondas vibratorias con distintas frecuencias, que nuestro receptor traduce a sonidos e imágenes. Lo mismo ocurre con el radar o cualquier otro detector de energías que nuestros sentidos son incapaces de percibir. A pesar de esto, esas realidades de diferentes frecuencias existen en el mismo espacio tridimensional en el que vivimos, nos atraviesan y coexisten sin molestarnos. El espacio está saturado de información.

            Asimismo, la velocidad a la que ocurren los fenómenos es distinta en cada plano. Mientras que en el plano físico los fenómenos suceden a una velocidad mucho más lenta que la de la luz, en otras realidades los hechos ocurren a velocidades cercanas a ella, e incluso hay realidades en las cuales se dan velocidades supra-luminares, esto es, mayores que la de la luz.

            A su vez, un fenómeno que ocurre en una realidad más rápida o sutil,  tendrá, en otra realidad más lenta, densa o compacta, un tiempo diferente de manifestación. Por ejemplo, un pensamiento, que es una energía más sutil, puede cambiar más rápidamente que una emoción, que es más compacta, mientras que el cuerpo, más denso aún, tendrá que invertir más tiempo en modificar alguna de sus estructuras.

            Todos ellos difieren porque pertenecen a realidades de diferente frecuencia energética.

            Los distintos mundos tienen también distintas dimensiones. Para entender el concepto de dimensiones imaginemos un plano, como la tabla de una mesa, que sólo tiene dos dimensiones: largo y ancho. Si en esa mesa estuviera apoyado un vaso de base circular, quien viviera en ese plano de dos dimensiones sólo vería un círculo, porque carecería de la posibilidad de percibir la altura. Si se retirara el vaso, vería –sin entender el motivo- desaparecer el círculo, que reaparecería si se lo volviera a apoyar. A ese individuo le faltaría la vivencia de la tercera dimensión, el conocimiento del mundo de los volúmenes, para interpretar el fenómeno.

            En el mundo en el que funcionamos habitualmente hay tres dimensiones. Debido a esto, los fenómenos ocurridos en mundos con mayor cantidad de dimensiones nos resultan inexplicables o difíciles de entender, por lo que muchas veces los negamos. Sin embargo, tenemos algunas experiencias de otras dimensiones. Los sueños, por ejemplo, nos muestran cómo es posible atravesar volúmenes, saber qué hay adelante y atrás de nosotros, o muy lejos, y trasladarnos instantáneamente a otros lugares.

            Pero ¿cómo entender manifestaciones de más dimensiones acostumbrados a funcionar en un plano tridimensional? Los hechos de otras dimensiones sólo podrán ser comprendidos en la medida en que los experimentemos.






El ser humano

            Así como en el Universo encontramos distintos planos, el ser humano tiene una estructura multidimensional que se distribuye en diferentes niveles. A estos niveles se los ha llamado cuerpos.

            El nivel más denso es el cuerpo físico, vinculado con la acción en el mundo material, y cuenta con dos subniveles: el cuerpo denso y el cuerpo energético o etérico.

            El segundo nivel es el cuerpo emocional, vehículo de expresión de las emociones y los deseos. Se trata de un cuerpo más sutil que el físico.

            El tercer nivel, más sutil aún, es el cuerpo mental, expresión de los pensamientos, las palabras y las imágenes.

            Los cuerpos emocional y mental juntos constituyen la mente inferior o lo que habitualmente denominamos mente. La mente y el cuerpo físico forman el complejo cuerpo-mente, también conocido como yo inferior, ego o personalidad.

            Más sutiles aún son los cuerpos Causal, Búdico y Átmico, relacionados con la creatividad, la sabiduría y la voluntad respectivamente. Los tres constituyen la Mente Superior, Yo Superior, Sí-mismo, Espíritu o Intelecto, entre otros nombres.
                                   
            Todos estos niveles se interpenetran entre sí ocupando prácticamente el mismo espacio físico, pero funcionando de manera independiente, así como las diferentes frecuencias de ondas de radio atraviesan la misma antena sin molestarse unas a otras.

            Sin embargo, están interrelacionados. Hay una red de conexión entre ellos a través de centros energéticos que en la tradición hindú fueron llamados chakras, los que absorben y transforman la energía de una frecuencia a otra. Los chakras pueden transmutar la energía de un nivel a una forma utilizable en otro.

Sin el conocimiento de los niveles sutiles, la ciencia se centró en lo perceptible sensorialmente –el primer nivel. Esto ha hecho suponer a los científicos que todos los fenómenos de la fisiología humana son producidos en alguna parte del cuerpo. Por ejemplo, se ha postulado que el pensamiento se origina en determinadas estructuras cerebrales, lo que equivale a creer que las imágenes que vemos en la pantalla del televisor están originadas en alguna de sus piezas y que, si ésta se destruye, la imagen no podrá crearse. Las distintas estructuras nerviosas son en realidad medios para la expresión de fenómenos generados fuera del sistema nervioso central.

            La visión del ser humano como un ser constituido por distintos niveles multidimensionales en lugar de uno, modifica la comprensión que se tiene de él. Como veíamos que sucede con las dimensiones, el desconocimiento de los distintos niveles lleva a interpretar sus funciones como procedentes de estructuras perceptibles sensorialmente.

Todos estos cuerpos son conocidos también con el nombre de vehículos, debido a que son vehículos para la expresión de la conciencia. La palabra cuerpo en esta descripción, que lleva a ser asociada con un cuerpo como el físico denso, es una traducción de la palabra sánscrita sharira, que significa desintegrable, destruible, aquello que va a ser desintegrado o destruido, a diferencia de la conciencia, que es lo único indestructible.

La conciencia, si bien da origen y es constitutiva de todo lo manifestado, como lo vimos en las condensaciones del átomo, se identifica con tales condensaciones o cuerpos, llevando a que creamos que somos un cuerpo y una mente, la persona, cuando en realidad somos aquello que le da origen: la conciencia.

Incluir este concepto en nuestra visión del ser humano nos lleva a resignificar no sólo la constitución de él, sino también el sentido de su existencia, los parámetros de salud y enfermedad –física, psicológica o social- y la comprensión de su unidad con todo lo manifestado.





 Los programas

Todos los cuerpos mencionados son estructuras inertes ensambladas inteligentemente y vivificadas por la Conciencia. Cada uno de ellos tiene una programación determinada: el cuerpo físico para sobrevivir, el emocional para buscar placer y el mental para crear un orden y buscar conocimiento, por ejemplo.

Todos ellos forman parte de un programa mayor que regula la vida en este planeta y que es conocido con el nombre de Samsara.

El Samsara o “vida de volver” comprende los conceptos de karma y reencarnación. Este programa determina que mientras seamos ignorantes de ser una existencia conciente ilimitada y nos identifiquemos con los cuerpos inertes creados, al morir tengamos que regresar en otro cuerpo. La ignorancia, entonces, nos mantiene cautivos en el Samsara. Sólo la sabiduría del Ser puede desactivar este programa.

Para que esa sabiduría modifique la mente y nos libere de tal cautiverio, es necesario equilibrar la mente mediante las prácticas que estamos estudiando.


La quinta práctica
La abstención de dañar o violentar

Esta práctica consiste en evitar cualquier expresión de violencia hacia otros o hacia uno mismo tanto con el pensamiento, con la palabra o con la acción. Se trata de un acto conciente de retención de la fuerza violenta creada en la mente para que no se exprese en la tercera dimensión, como sería sostener un pensamiento violento, expresar un insulto o efectuar una agresión física, y de esta manera lo haga en una dimensión superior. Esa fuerza entonces, en vez de destruir, compondrá la situación de una manera imprevista. Para ello es necesario observar esa energía violenta y sus manifestaciones corporales hasta que desaparezca.

Esta práctica posibilita el respeto por todos los seres y el sentimiento de unidad con el Universo. Su ejercicio continuo hace que emanen de quien la realiza vibraciones de amor y bondad que inspiran confianza y crean un clima de paz y bienestar que hacen imposible la violencia en su presencia. 

La descripción de la abstención de violentar es el modelo que luego aplicaremos a todas las emociones, ya que al retenerlas concientemente para que actúen en otra dimensión, se convierten en el combustible para actuar en planos más sutiles de la realidad.






Segunda Parte
El Complejo Cuerpo-Mente


            El Complejo Cuerpo-Mente está formado por los dos niveles más densos del ser humano: el cuerpo físico y la mente. Otros nombres, además de yo inferior, ego y personalidad con los que se conoce a este complejo son: la Tríada inferior, el Adán, el hombre, la Tierra, el tonal, la masa.


            Estos dos niveles tienen en común que están expresados en formas: las formas corporales -tanto físicas como energéticas-, y las formas mentales -expresadas como pensamientos y como emociones. Se trata entonces de una realidad manifiesta.


El cuerpo físico

            El nivel más denso es el cuerpo físico, vinculado con la acción en el mundo material, al que está ligado por medio de los cinco sentidos físicos y en el que se mueve impulsado por sus instintos.

Cuenta a su vez con dos subniveles: el cuerpo denso y el cuerpo etérico o energía vital.

            Aunque ambos ocupan el mismo espacio, el cuerpo etérico está compuesto por una materia más sutil que el cuerpo denso. Constituye un mapa energético tridimensional que guía tanto la distribución y diferenciación de las células del cuerpo físico como la reproducción y reparación de sus tejidos luego de una lesión o enfermedad. Siendo del mismo tamaño que el cuerpo denso, se lo denomina también 'doble etérico'.

            Como funciona como guía de las células densas, es obvio que resulta, en orden de aparición, previo al cuerpo denso, como veremos más adelante.

            Una vez que el óvulo y el espermatozoide se han unido formando la blástula, ésta se divide y multiplica siguiendo las informaciones que contiene el cuerpo energético. El cuerpo denso no puede vivir sin el energético porque caería en la desorganización celular, como ocurre en la muerte, momento en que ambos se separan. Mientras tanto, ambos están unidos.

            Si el cuerpo energético se lesiona o se separa del denso localmente -como ocurre en los accidentes, los choques emocionales, la debilidad, la secuela de drogas, u otros eventos-  esto se traduce en alguna patología, al quedar la zona del cuerpo denso que está bajo la influencia del cuerpo etérico desprovista de conducción energética.

            La energía se distribuye en este cuerpo por dos canales de información energética: el canal de los meridianos de acupuntura y 2) el canal de los chakras y nadis.

            Los medianos de acupuntura constituyen doce canales energéticos que circulan en la profundidad de los tejidos, alcanzan los núcleos celulares y ejercen el control genético de la reproducción y diferenciación celular.

            La palabra chakra deriva de una palabra sánscrita que significa rueda, porque a la visión clarividente se le manifiestan como ruedas o molinos de energía.

            Los chakras son centros de energía situados en la superficie del cuerpo etérico. Hay siete chakras principales, que se extienden a lo largo del eje vertical del cuerpo, desde la coronilla hasta la base de la columna vertebral. Los chakras están conectados entre sí y con las zonas que se hallan bajo su influencia en el cuerpo físico por canales llamados nadis.

            Si miramos el cuerpo humano de arriba hacia abajo, tenemos los siguientes siete chakras principales: el de la coronilla, en lo alto de la cabeza; el del entrecejo, el de la garganta y el del corazón, en las zonas anatómicas de las que toman su denominación; el solar en la zona supra-umbilical; el sacro, a la altura del ombligo; y el base, a la altura del coxis.

            Estos centros energéticos absorben la energía de un cuerpo y la transmutan a una forma utilizable en otro. Funcionan como transformadores de energía de una frecuencia a otra.

            Si se abren abruptamente y dejan pasar una cantidad de energía mayor de la que puede absorber el cuerpo receptor, se produce una alteración semejante a la que tiene lugar al conectar un aparato a una fuente eléctrica de mayor voltaje del que puede recibir. Esto sucede en determinadas situaciones límite producidas, entre otras causas, por choques físicos o emocionales, por acción de las drogas, por hiperventilación o por un exceso de meditación.

            Cada chakra se asocia con un plexo nervioso y una glándula endocrina, a los que activa directamente. El siguiente cuadro muestra cada chakra, el plexo nervioso y la glándula con la que está asociado, y el área que gobierna:





Chakra
Plexo nervioso
glándula
Área gobernada
7. coronilla
corteza cerebral
pineal
cerebro superior
6. entrecejo
hipotálamo
pituitaria
Cerebro inferior
5. garganta
ganglios cervicales, bulbo
tiroides
Aparato respiratorio y vocal, canal alimentario
4. corazón
Plexo cardíaco
timo
Corazón, sangre, aparato circulatorio, vago
3. solar
Plexo solar
páncreas
Estómago, hígado, vesícula biliar, sistema nervioso autónomo
2. sacro
Plexo sacro
gónadas
Sistema reproductor
1. base
Plexo sacrococcígeo
adrenales
Espina dorsal, riñones


            Además de estar asociado con un plexo y una glándula, cada chakra está relacionado con una función específica. El siguiente cuadro muestra cada chakra, su correspondiente función y el bloqueo que se asocia con esa función. Recordemos que los bloqueos son causados por la interrupción del flujo energético natural a través de los chakras, lo cual produce patologías específicas.




Chacra
actividad
bloqueo
7. coronilla
Conexión con la espiritualidad
Espiritualidad pobre, separatividad
6. entrecejo
Capacidad de visualizar y entender conceptos mentales superiores, creatividad, capacidad de materializar ideas
Conceptos mentales confusos, bloqueo de la creatividad
5. garganta
Responsabilidad en la satisfacción de las ideas propias, adaptación y satisfacción con el propio trabajo, buenas relaciones sociales
Negativa a dar lo mejor de sí, fracaso, orgullo, rechazo al contacto social
4.corazón
Centro a través del cual se ama (sin esperar nada a cambio), llanto, voluntad, alineación con la voluntad de los otros
Dificultad para dar amor, desalineación de la voluntad, imposición de la voluntad propia, posesividad
3. solar
Vida emocional satisfactoria, actitud positiva hacia la propia salud física
Emociones extremas e incontroladas, bloqueo de sentimientos
2. sacro
Buena calidad del amor físico
Rechazo del sexo, impotencia, frigidez
1. base
Cantidad adecuada de energía física, deseo de vivir en la realidad física, presencia vital
Disminución de la vitalidad física


El cuerpo físico está programado para la supervivencia, que se manifiesta como necesidades básicas: comer, dormir, copular y defenderse, así como la comparación y la competitividad con los otros seres para evaluar su interacción y su peligrosidad.



La sexta práctica
La abstención de mentir

Consiste en evitar decir algo que se sepa que no es cierto.

La mentira, además de la fragmentación que produce, como ya vimos en la cuarta práctica, interfiere las capacidades de intuir, discernir, reconocer lo sutil y tener una comprensión profunda.

Por el contrario, su abstención desarrolla tales capacidades.


El cuerpo emocional

El cuerpo emocional, conocido también como cuerpo astral o como cuerpo del dolor, encuentra su expresión en  las emociones y los deseos.

            El principio que subyace en cualquier manifestación del nivel emocional es el apego, una fuerza de atracción/repulsión que, cuando está equilibrada, mantiene los elementos implicados en su lugar, como ocurre en las órbitas planetarias donde los planetas no chocan con el sol ni se pierden en el espacio. Cuando predomina una de las dos tendencias nos encontramos, por ejemplo, con familias o grupos sociales muy apegados o muy laxos. La fuerza de gravedad y las adicciones son ejemplos de un desequilibrio a favor de la fuerza de atracción. Lo contrario ocurre en la deambulación de ciertas personas que no echan raíces.

Los deseos pueden ser condicionantes o no condicionantes. Estos últimos no generan problemas, ya que si no son satisfechos no alteran a la persona. Los condicionantes, por el contrario, son los que generan un fuerte malestar cuando no son satisfechos. Estos son a los que nos referiremos en nuestra descripción.

Todas las emociones y todos los deseos nos ligan más o menos fuertemente a los objetos y crean una adherencia que recorta nuestra libertad. Así, podemos adherirnos a pensamientos, sentimientos, conductas, personas, animales, vegetales o cosas.

            Identificada con el deseo, la Conciencia no vislumbra otras alternativas. El deseo condicionante limita la infinita gama de recursos de que dispone, puesto que, al desear algo, queda descartado aquello que no sea el cumplimiento de ese deseo determinado. Más aún, impide la búsqueda interior.

            El deseo es caprichoso y cambiante. Lo que queremos hoy no persistirá mañana. Lo que deseábamos ayer, hoy no nos interesa. Siempre produce sufrimiento. Si no se satisface genera frustración, ira, celos, envidia. Si lo hace, genera más deseo: codicia.

            El deseo anula el discernimiento, la capacidad de distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo verdadero y lo falso.

            Para poder controlar el deseo es necesario recurrir primero a la objetivación o desapego. El desapego representa la posibilidad de la Conciencia de observar sus pensamientos, emociones, deseos y acciones como distintos de ella, como formaciones energéticas que se manifiestan en sus distintos cuerpos, en sus vehículos, en su materia. Luego de discernir las consecuencias de estas formaciones energéticas, la conciencia puede, en virtud de su libre albedrío, darles curso o no.

            Un ejemplo que permite entender el efecto del desapego es aquello que sentimos con respecto a nuestros juguetes de infancia, tan apreciados por nosotros en su momento y a los que ahora podemos recordar sin estar atados a ellos. Tampoco nos aferramos o apegamos a la basura que eliminamos todos los días.

            En segundo término recurrimos a la voluntad y en tercer término al tiempo, ya que sabemos que lo que queremos hoy mañana no perdurará.



La séptima práctica
La abstención de robar o hurtar

Significa no adueñarse de lo que a uno no le pertenece, se trate de objetos, ideas, tiempo, etc.

Esta abstención permite  al que la práctica que se le ofrezca todo lo que necesita, más allá de sus limitaciones kármicas.


El cuerpo mental

El cuerpo mental es el nivel vibratorio más sutil del complejo cuerpo-mente. Expresa los pensamientos, las palabras y las imágenes. Estas son formaciones que tienen una rápida movilidad en el campo mental, a diferencia de los otros niveles vistos, más densos.

El cuerpo mental funciona como una computadora, ordenando el universo en dos polos. Llamamos a esto bipolaridad: alto y bajo, esto y aquello, masculino y femenino, etc.

Los pares de opuestos así creados constituyen dos polos de un mismo fenómeno, dos partes de una misma realidad. Uno no puede existir sin el otro. No se trata de conceptos absolutos, pertenecientes a categorías diferentes, sino que son conceptos relativos, clasificables bajo una misma categoría. Para definir un polo se necesita recurrir al otro: no puede existir, por ejemplo, el día sin la noche o el bien sin el mal. El límite entre ambas polaridades no se puede determinar.

Es a partir del funcionamiento del nivel mental que aparecen los conceptos de tiempo  y de espacio como resultado de ordenar el mundo en un antes y un después, un arriba y un abajo, un atrás y un adelante. Y especialmente la noción de yo y no-yo, que crea la ilusión de separatividad, de ser un “yo” separado del resto.

.           Así, el cuerpo mental ordena, clasifica, rotula, infiere, induce, deduce, razona, compara y enjuicia, almacenando toda la información en forma de memoria.


La Mente

Los cuerpos emocional y mental funcionan juntos constituyendo la mente. Se trata de una formación muy sensible e influenciable. Distintos estímulos pueden llevar a la mente a funcionar de determinada manera. Por ejemplo, distintas vibraciones musicales pueden llevar a la mente a apaciguarla o a excitarla, como es el caso de sonidos para meditar o para bailar, respectivamente. Lo mismo ocurre con distintas vibraciones cromáticas. Es el caso también de las publicidades repetitivas que terminan programando la mente para formar pensamientos como propios.

La mente no es creativa. La creatividad es una función de un nivel más sutil, el Cuerpo Causal. Cuando se presenta un estímulo, la mente produce un recuerdo. Cada vez que se presenta el mismo estímulo u otro similar, la mente reproduce el viejo recuerdo. Cada experiencia previa, cada respuesta aprendida, refuerza la probabilidad de producir la misma respuesta otra vez, con lo cual la probabilidad aumenta. Visto de esta manera, el aprendizaje llena de prejuicios a la mente, la condiciona.

Vemos acá cómo se expresa tanto la formación de pensamientos y el apego en el complejo funcionamiento mental que da por resultado la fijeza de las ideas y la falta de creatividad, discernimiento e independencia. Podríamos decir que este nivel mental se expresa como mentalidad de rebaño. Es a este  nivel al que apunta la moda, la publicidad comercial, la propaganda ideológica.

Cuando la mente está activa, se generan ondas mentales que se propagan por el plano correspondiente: el emocional o el mental. Toda emisión mental produce una reacción que dependerá de la fuerza, claridad y precisión del deseo, la emoción o el pensamiento emitido. Cuanto más persistentes sean estos, más probabilidad hay que se cristalicen, de que pasen del plano mental al más denso, el plano material o físico, fenómeno que se conoce como materialización.

Si la onda mental se dirige a una persona, sólo la afectará si en su mente existen vibraciones semejantes o más densas. Si son más sutiles -es decir, si su mente es más fuerte-, la onda emitida no penetrará en ella, sino que volverá -por el camino energético ahora facilitado- al emisor.


Todo lo que nos dicen o lo que nos decimos puede programar la mente si la conciencia se identifica con este nivel. La posibilidad de que esto no sea así es el ejercicio del discernimiento, función de un nivel más sutil de la mente, el intelecto.


            La mente emite continuamente ondas en todas direcciones, como una lamparita que emite rayos de luz hacia todos lados. Si estos rayos se focalizan, es decir se dirigen hacia un solo punto, como en el caso del rayo láser, su poder se multiplica, como ocurre cuando fijamos un objetivo y no nos apartamos de él hasta alcanzarlo.


            El nivel energético mental ocupa todo el cosmos, por lo que podríamos hablar de una única mente cósmica. Esta mente impregna todo lo existente, y así podemos distinguir una mente celular, que forma parte de una mente de órgano, que a su vez forma parte de la mente personal. Del mismo modo, hablamos de una mente grupal, una nacional, una planetaria, una universal. Pero no podemos fijar los límites de ninguna.



El Intelecto

El Intelecto es un sector muy sutil de la mente que sólo poseen los seres humanos, a los que le da la posibilidad de ser autoconscientes, a diferencia de los animales, que no tienen esta posibilidad y sólo pueden actuar de acuerdo con sus respectivos programas.

En esta formación energética se refleja la Existencia Conciente Ilimitada con todos sus poderes y desde allí vitaliza y comanda todos los cuerpos del complejo cuerpo-mente.

Para entender esta formación tan importante tomemos el ejemplo del teléfono celular. Se trata de un aparato que puede tener diferentes formas,  tamaños y colores que está cargado con un gran número de programas diferentes. Para que estos programas funcionen debe llegarles la electricidad que está almacenada en la batería. Si no hay electricidad, el celular es un aparato “muerto”.

      Esa electricidad proviene en última instancia de una fuente universal ilimitada que llamaremos Existencia Eléctrica Ilimitada, que puede hacer funcionar cualquier tipo de aparato. Pero, cuando carga el celular, queda limitada a hacer funcionar sólo este aparato. Si se conecta a una aspiradora, se limita sólo a aspirar, y así en más.

Del mismo modo, la Existencia Conciente Ilimitada se “carga” o almacena en el Intelecto, que viene a ser la batería del complejo cuerpo-mente. Y se carga junto con sus poderes: el Poder Creativo, el Poder Sostenedor y el Poder Transformador. Todos ellos dejan de ser ilimitados para pasar a estar limitados por la estructura de cada complejo cuerpo-mente. La Existencia Conciente Ilimitada se llamará Conciencia, el Poder Creativo, Cuerpo Causal; el Poder Sostenedor, Cuerpo Búdico y el Poder Transformador, Cuerpo Átmico.

A este Intelecto o Batería del complejo cuerpo-mente también se lo denomina Buddhi, Mente Superior, Corazón, entre otros nombres.

Su presencia permite el desarrollo de distintas capacidades:

1)    La capacidad de discernir, es decir, la capacidad de diferenciar lo correcto de lo incorrecto, lo real de lo irreal, lo verdadero de lo falso.

2)    La capacidad de indagar, esto es, la capacidad de hacernos preguntas simples o complejas a nosotros mismos y sostenerlas hasta que son respondidas. La respuesta puede provenir desde dentro (una ocurrencia, un sueño) o desde afuera (una lectura, una información, una imagen) y sólo tiene significado para el que la formula.

3)    La capacidad de comprender estas respuestas, que se experimenta con la convicción de que esa es la respuesta y ninguna otra. Es una revelación.

4)    La capacidad de elegir entre hacer lo que debemos, no hacerlo o hacerlo de manera diferente: el libre albedrío.

5)    La capacidad de reconocer lo sutil, como el arte, la belleza, la ética, la estética, la verdad.

6)    La capacidad de crear.

7)    La capacidad de obtener sabiduría.

8)    La capacidad de ejercer la voluntad.

El Intelecto es el lugar donde se unen el Espíritu con la Materia (así como en el ejemplo la batería es el lugar donde se unen la electricidad y la estructura material del celular).

Habíamos dicho que los chakras son centros energéticos que absorben la energía de un cuerpo y la transmutan a una forma utilizable en otro y que funcionan como transformadores de energía de una frecuencia a otra.

Así, el Cuerpo Átmico (representante del Poder Transformador de la Existencia Conciente Ilimitada) aporta y toma información por el chakra de la coronilla, el Cuerpo Búdico (Poder de Sostenimiento) aporta y toma información por el chakra del entrecejo; y el Cuerpo Causal (Poder Creativo) aporta y toma información por el chakra de la garganta. Todos estos son los Cuerpos Espirituales.

Por otro lado, el Cuerpo Físico aporta y toma información por el chakra base; El cuerpo Emocional aporta y toma información por el chakra sacro y el Cuerpo Mental aporta y toma información por el chakra solar. Todos estos son los cuerpos de la experiencia.

La corriente espiritual (descendente) y la corriente de la experiencia (ascendente) se unen en el chakra del corazón, representante del Intelecto, el lugar donde se encuentran el Espíritu y la materia. Si extendemos los brazos vemos que las manos están a la altura del corazón, significando esto que la unión de la experiencia y del conocimiento, de lo material y lo espiritual debe ser expresado por las manos, esto es, por el DAR. ¿Y a quién damos? A nosotros mismos en el conocimiento de que el otro y yo somos uno, como veremos al estudiar el Cuerpo Búdico. Es en este conocimiento que San Francisco de Asís decía “sólo es dando como se recibe”.

Este mismo concepto es expresado en el Santo Grial, donde el vino y el pan –el espíritu y la materia- se unen para ser expresados en la tierra.


La octava práctica
La abstención de codiciar

La codicia es el deseo de tener más de lo necesario, de acumular. Basta con abrir nuestro placard para entender el significado de la codicia. Indudablemente se trata de una práctica difícil viviendo en una sociedad de consumo, donde la mente es programada permanentemente por la publicidad y la moda para querer más de lo necesario.

La práctica de la abstención de codiciar permite la comprensión del cómo y el por qué de la existencia.

Si vaciamos nuestro placard dejando sólo lo necesario, entrarán muchísimas cosas nuevas. Lo mismo ocurre si liberamos la mente de la codicia, permitiendo que penetre el conocimiento profundo liberador del sufrimiento.


Acerca de las abstenciones

La práctica de las abstenciones alude a la renuncia a algo que ya existe en la naturaleza del ser humano, y esto es la tendencia a violentar, mentir, robar y codiciar.  Estas tendencias son normales y adaptativas en los animales debido a que están al servicio del programa de supervivencia. Cuando el animal evoluciona a humano, este trae a su manifestación una mente sofisticada que perfecciona esas tendencias convirtiéndolo en un animal sumamente peligroso. Mientras no se renuncia a ellas, la mente superior no se habilita. Es recién cuando nos abstenemos del programa animal que puede desarrollarse el humano. El Conocimiento transmitido nos dice que sólo sacrificando al animal que llevamos dentro podremos adquirir el poder humano, el que está en potencia hasta tanto renunciemos a nuestra animalidad.




Tercera parte
Lo Transpersonal


            Lo Transpersonal –lo que está más allá de la persona- se refiere a aquello sin forma que da lugar a todas las formas del mundo de la manifestación.

            Como habíamos visto cuando describimos el átomo, el electrón –lo manifestado- surge como una condensación de ese campo electromagnético y cuando lo hace empieza a moverse en él a altas velocidades y a vibrar.

            Con la comprensión holográfica y extrapolando tal estructura al ser humano, decimos que el complejo cuerpo-mente es lo manifestado, lo condensado que corresponde al electrón, mientras que lo transpersonal es lo inmanifestado, lo que da origen a aquél, la base invisible de todo lo que existe.

            Pero comprender o hablar de lo que no está manifestado, de lo que no tiene forma, de lo que está en potencia, es una ardua tarea, ya que con palabras tenemos que describir aquello que trasciende toda descripción. Es como querer recoger el agua del océano con una taza. Las palabras son muy pequeñas para describir todo aquello. Entonces hablamos de un aspecto o de otro, intentando abarcar el todo, objetivo que desde ya debemos decir que es inalcanzable por  lo limitado de nuestras descripciones.

            El intento que hacemos para describir el Ser lo realizamos a través de la mente. Por lo tanto ordenamos, clasificamos, rotulamos, ejemplificamos, tratando de dar forma a Eso informe.

            Tanto es así que son innumerables los nombres para referirse a ello: Yo Superior, Espíritu, Sí-mismo, Self, Núcleo Vital, Ser, Ser Íntimo, Ser Superior, Ser Supremo, Tríada Superior, Sat-Chit-Ananda, Padre-Hijo-Espíritu Santo, Yo real, Lo Sagrado, Cielo, Cantera, Nagual, Alma, Atma, Brahman, la Fuente, la Presencia, El Testigo, el Paraíso, El Refulgente, El Uno, la Conciencia, el Señor, Dios.

A través de los siglos, los sabios lo describieron valiéndose de símbolos, metáforas, parábolas, alegorías y mitos, para que fuera accesible al ser humano común. Ese lenguaje, que permite transmitir lo inexpresable, remite a lo atemporal, a lo que se sitúa más allá del entendimiento humano y no puede definirse ni comprenderse plenamente.

            Así, las imágenes y los relatos han sido el medio que los antiguos han empleado para facilitar la comprensión de ese nivel del ser humano y del Universo, cuya organización dio lugar a las diferentes religiones.

            En ese lenguaje simbólico, lo transpersonal se muestra como nubes, cielos, vientos, y los seres que habitan esas realidades se describen como figuras aladas o sin base de sustentación. Alcanzar esos planos es descripto como la Liberación, la Salvación, la Iluminación, el Despertar.           

Como decíamos antes, desde la mente no tenemos otra opción que clasificar y rotular lo transpersonal para poder entenderlo; tomar cada aspecto y describirlo, sabiendo que es una mirada parcial de un todo inabarcable, insondable, incognoscible, hermético, inexplicable, enigmático y misterioso en cuanto a cómo se expresa en sus múltiples dimensiones.

Lo transpersonal está más allá de todas las formas – la persona- y por eso decimos que es trascendente. Pero desde el punto de vista de que es la base, la esencia, el fundamento de donde surgen todas las formas, su causa material y eficiente, decimos que es inmanente, porque desde adentro controla y guía cada átomo, cada molécula, cada célula.

            En nuestro lenguaje restringido podemos decir que lo transpersonal es existencia conciente ilimitada (Sat-Chit-Ananda en sánscrito).





La Existencia Conciente Ilimitada

La Existencia Conciente Ilimitada tiene el poder de crear o manifestar, el poder de sostener lo creado y el poder de destruirlo o transformarlo.  Cuando se refleja o se “carga” en el Intelecto la llamamos Conciencia o Yo Superior, la capacidad de conocer, de saber, el testigo de todo cambio. Es lo que hace que todo exista por su sola presencia, sin hacer movimiento alguno. Son sus poderes los que realizan tales cambios. Estos poderes, el creativo, el de sostenimiento y el transformador, en el Intelecto se denominan Cuerpo Causal, Cuerpo Búdico y Cuerpo Atmico, respectivamente.


 El Cuerpo Causal

El Cuerpo Causal representa el Poder Creativo reflejado o “cargado” en el Intelecto. Así como el Poder Creativo de la Existencia Conciente Ilimitada da origen a todos los Universos, el Cuerpo Causal en el ser humano da origen al complejo cuerpo-mente. Es por lo tanto la causa material del mismo.

Se lo llama también Ignorancia (avidya), Ilusión (maya), Material de las Gunas, Lo Inmanifiesto, Reservorio del Karma, según los diferentes aspectos de su expresión.

El Cuerpo Causal posee dos sub-poderes: el poder de proyección y el poder de velamiento.

El poder de proyección o poder creativo propiamente dicho es el poder de manifestar. Hace surgir la creación o manifestación en forma total y explosiva, así como súbitamente percibimos el sueño con todo su argumento luego de un dormir profundo o sin sueños. De la misma manera desaparece, se inmanifiesta. Recordemos el concepto holográfico: así como ocurre con el sueño también sucede con el complejo cuerpo-mente.

El poder de velamiento hace que el individuo olvide que es una conciencia ilimitada y crea que es el complejo cuerpo-mente, con el que se identifica. El olvido y el mecanismo de negación están relacionados con este poder.

En el ser humano el Cuerpo Causal se expresa como creatividad, la capacidad de hacer algo nuevo a partir de lo existente. Cuando alguien combina los alimentos con los que cuenta para hacer una comida está creando. O cuando combina colores para pintar un cuadro, o notas musicales para hacer una melodía.

            Las diferentes posibilidades creativas existen en lo transpersonal como arquetipos sin forma. Allí el Universo existe como una potencia sin forma en una miríada de posibles ramificaciones. La mente le dará forma a una de entre todas las posibilidades arquetípicas, pero entre estos modelos y la mente debe ocurrir el acto creador, la elección de aquello que ha de manifestarse por vez primera.

      Cuando describimos el funcionamiento mental, destacamos el hecho de que la mente está condicionada por las respuestas previas a los estímulos, reaccionando siempre de la misma manera ya que en la mente no hay creatividad. Sólo haciendo uso de la capacidad de elección y diciendo no a las respuestas aprendidas es que podemos liberar la creatividad. Entonces la creatividad se manifiesta, adquiere forma, y aparece algo nuevo y original: lo creado.

El nivel Causal se caracteriza entonces por la multiplicidad y diversidad de formas creadas y también por la dualidad, es decir, la percepción de los otros como distintos de uno mismo.

Otras formas de expresión de este nivel son el sentimiento de libertad, la alegría, el sentido del humor, la capacidad para jugar y de vivir la vida como un juego.

Podemos observar todas estas características en el juego de los niños, en las representaciones teatrales o cinematográficas, en las obras literarias. En todas ellas sabemos que no son ciertas pero hacemos como si lo fueran: jugamos a que es así. Nos identificamos con los personajes y jugamos esos roles. Lo mismo ocurre al despertar de un sueño y a veces durante el sueño mismo. Sin embargo a nuestra vida diurna la tomamos como real. Pero en su formación y estructura no hay diferencia con los ejemplos dados. Este es el efecto del poder de velamiento que nos hace ilusionar que somos el personaje con nombre y forma y olvidamos que somos la conciencia que le da origen y lo inviste, la única existencia conciente ilimitada. Atrapados en ese personaje sufriente tenemos la necesidad de salirnos de él, de liberarnos y divertirnos.

Es curioso que en el mismo nivel en el que se encuentra el ocultamiento de la verdad se manifieste un interés por encontrar algo que está escondido y que debe ser sacado a la luz, como la tendencia a investigar en cualquier campo del conocimiento y la búsqueda de la verdad.


Los Creadores

Las personas que expresan este nivel del ser –los creadores- son consideradas excéntricas porque no se conducen como la mayoría de la población -el centro, lo que todos hacen a partir de una mente colectiva. Debido a que su comportamiento está fuera de lo convencional, son vistos como “raros”, “locos” o “extraños”. Las convenciones representan para ellos barreras a sus fuertes ansias de libertad; ellos necesitan hacer algo distinto, nuevo, original: crear. Por eso aparecen como revolucionarios. Buscan la esencia, el sentido último, la verdad profunda que se esconde en cada acto y en cada cosa que investigan. Desde esta perspectiva no piensan con sentido polar sino que están más allá de los opuestos y buscan aquello que los une. De ahí que tengan un pensamiento supra-racional.

            Los creadores tienen un temperamento alegre, divertido, juguetón. Su vida es como un juego permanente con el que se deleitan y se divierten. Saben disfrutar del tiempo libre y del ocio como el espacio necesario para que surja el acto creativo. Pero también dan a su vida un sentido metafísico que los trasciende como individuos, que va más allá de su historia personal, para ser propiedad de un grupo, de una sociedad, de la humanidad.

            Entre estas personas encontramos a los artistas, los científicos, los genios, los maestros, aquellos que estimulan el crecimiento de los otros porque son dadores de vida y quieren que sus ideas se desplieguen para servir a todos.



Las Gunas

Las energías que componen el complejo cuerpo-mente pueden encontrarse en tres estados diferentes según cómo vibren: equilibradas, aceleradas o enlentecidas. Esta descripción proviene de los Vedas, donde se las denomina en conjunto gunas: satva, rajas y tamas, respectivamente. Conservaremos esta nomenclatura técnica por lo clara y explícita que es.

La satvaguna se relaciona con un estado de felicidad, plenitud, alegría y creatividad. Se expresa como alerta, concentración, adherencia a los valores, tendencia a la investigación y al conocimiento, a la contemplación y al silencio.

La rajasguna se vincula con la actividad, la energía y el entusiasmo. Puede expresarse como inquietud, impaciencia, taquipsiquia, y también como ira, apego excesivo -que lleva a no querer soltar o temor a perder-, avaricia, deseo de tener lo de otros.

La tamasguna se refiere a un estado de no discriminación entre lo correcto y lo incorrecto. Los valores y las prioridades están confusos y distorsionados, por ejemplo considerando que no está mal mentir o robar porque todos lo hacen. Se expresa como una incapacidad para hacer lo que se sabe que debe hacerse, la postergación o procrastinación. También como indiferencia, apatía, tendencia a dormir, atontamiento, letargo, pereza, fatiga, inercia, depresión, estupidez, necedad, tontería, pereza.





Cuatro tipos de personas según la combinación de las gunas

            Todas las personas poseen los tres tipos de gunas, pero combinadas de diferente manera. Se consideran sólo cuatro tipos según cuál predomine, cuál esté en segundo término y cuál en tercero.

Satva-rajas-tamas
Son las personas emocionalmente maduras que pueden guiar a los otros en el conocimiento y que expresan una profunda sabiduría. Encontramos entre ellos a los buscadores espirituales, los filósofos y los maestros.

Rajas-satva-tamas
Son personas que desarrollan actividad, energía y entusiasmo. Sus ambiciones están dirigidas a lograr el bienestar de los otros. Son los líderes positivos.

Rajas-tamas-satva
            Esta gente tiene ambición de dinero y poder. Manipulan y explotan a los otros porque sus fines son egoístas. Son los líderes peligrosos.

Tamas-rajas-satva
            Son personas sin ningún tipo de ambición y forman un amplio rango de actividades que van desde los empleados a los criminales.
           

Tres tipos de personas según el nivel energético con el que se identifican

            Además, la conciencia puede estar más identificada con el nivel físico, con el emocional o con el mental. Podemos ver la correspondencia que existe entre la identificación de la conciencia con la densidad del nivel y la preponderancia de determinada guna.

            En los que lo hacen con el cuerpo, prevalece el amor propio; son muy sensoriales y están guiados por sus instintos. Sus objetivos vitales están centrados en las necesidades básicas: comer, dormir, copular y defenderse.  Sólo disfrutan de lo físico e identifican a los demás  por sus características físicas.

            Las personas que están identificadas con el nivel emocional, más sutil que el corporal, desarrollan un sentido grupal, -tribal o familiar. Son muy apegadas a los suyos, los que son considerados como extensiones de ellos mismos. Sus vínculos se establecen en base a sus emociones. Así, la posesividad, el orgullo, la competencia, el odio, los celos y la envidia guían su accionar en un mundo dividido en “nosotros” y “ellos”.

            Por último, en los que están identificados con el nivel mental, los apegos se hacen más laxos; aparece el amor amistoso, el compañerismo. Surge en ellos la capacidad de reflexión y elección. En función de esto, pueden interponer un espacio reflexivo entre el estímulo y la respuesta, dejando de ser reactivos, como en los grupos anteriores, para pasar a ser proactivos, al poder elegir la respuesta al estímulo. Son personas que se preguntan acerca de su existencia, que buscan el conocimiento y el por qué de las cosas. Como consecuencia de esta búsqueda, aparece en ellos el despertar espiritual.

La composición de la humanidad

La mayor parte de la humanidad se encuentra en los dos últimos grupos de predominancia gúnica, aquellos donde tamas está en el primer o segundo lugar. Esto se traduce en  la falta de discernimiento entre lo correcto y lo incorrecto, la ignorancia y la confusión. En cambio son pocas las personas que tienen satva en el primer o segundo lugar, es decir, los dos primeros grupos, que sostienen los valores del ser y buscan el conocimiento liberador del sufrimiento.

            Asimismo, las personas cuya conciencia está identificada con el nivel mental, o que se ha desidentificado de todos los cuerpos del complejo cuerpo-mente, son muy pocas. La gran mayoría lo hace con el nivel físico o con el nivel emocional, teniendo como meta en la vida la búsqueda de seguridades y placeres. Nunca su objetivo es la sabiduría como en aquellos.

            Esta proporción de las características gúnicas y de las identificatorias aparentemente siempre se ha mantenido en la humanidad. Parecería que sólo después de muchas existencias caracterizadas por el sufrimiento las personas empiezan a buscar el conocimiento liberador del mismo, ese conocimiento que los pueda liberar del Samsara, la vida de retorno.



La reencarnación

La doctrina de la reencarnación, de gran importancia tanto en el pensamiento hinduista como en el budista, es tan antigua como la civilización. Los Vedas hindúes, así como los primeros maestros griegos, tenían conocimiento de ella. También los judíos jasídicos y la gran mayoría de los primeros cristianos la aceptaban. Recién en el año 553 el Quinto Congreso Ecuménico, reunido en Constantinopla, borró la doctrina del dogma de la Iglesia cristiana.

Esta doctrina establece que los seres viven muchas vidas buscando establecerse en la divinidad. Cada tránsito vital es una oportunidad para explorar las dimensiones de la naturaleza humana.

En la muerte, al retirarse la conciencia del cuerpo físico, el cuerpo etérico se desprende del denso. Ambos cuerpos se desintegran en el plano etérico y en el denso (la tierra), respectivamente. La información acerca de las características gúnicas del cuerpo físico queda registrada en el Cuerpo Causal.

Posteriormente, cuando la conciencia se retira del cuerpo emocional, éste se desintegra en el plano emocional y la información de sus características queda registrada en el Cuerpo Causal. Lo mismo ocurre con respecto al cuerpo mental cuando la conciencia se retira de él.

Luego de una encarnación, los registros de los cuerpos del complejo cuerpo-mente quedan latentes o inmanifiestos en el Cuerpo Causal.

Cuando se va a iniciar una nueva vida, es activado el registro mental, que atrae materia mental del plano mental cuya vibración esté en sintonía con él y permite expresar sus cualidades mentales latentes.

Otro tanto ocurre cuando se activa el registro emocional. De esta manera, los registros mental y emocional atraen materia capaz de producir un cuerpo mental y un cuerpo emocional semejante al de las últimas vidas mental y emocional respectivamente. En otras palabras, se reanuda la vida mental y emocional en el mismo punto en que se dejó en la vida anterior.

La elección del vehículo físico se realiza de acuerdo con las circunstancias necesarias para el nuevo período. Se activa entonces el registro físico, que crea un cuerpo etérico que organizará la formación del cuerpo denso. Las gametas necesarias para el cuerpo denso son aportadas por determinados  padres según las influencias sociales y culturales necesarias.





El Karma

            El karma está estrechamente relacionado con el cuerpo causal. Karma es un concepto que en sánscrito significa acción y consecuencia de la acción. Es una ley que dice que las acciones físicas o mentales dan por resultado consecuencias directamente relacionadas con sus causas: “Cosecharás lo que siembres”.

Así como en la época de siembra un campesino siembra trigo y en la época de cosecha recoge trigo, lo que se recibe en un momento de la vida está determinado por las acciones buenas o malas realizadas en vidas pasadas, así como las llevadas a cabo en la vida presente. Las acciones que uno ejecuta hacen que tenga que nacer nuevamente para experimentar las consecuencias. En toda vida operan simultáneamente dos procesos: la cosecha de karmas pretéritos y la generación de nuevos karmas que darán fruto en el futuro.

El registro de los karmas, así como ocurría con las características de los cuerpos del complejo cuerpo-mente, se hace en el cuerpo causal Por eso su nombre, ya que allí se encuentran las causas de todos los efectos posteriores.

            Vedanta -la última parte de los Vedas que se refiere al Ser- dice que para liberarse de esta vida de retorno determinada por la ley del karma y conocida como Samsara, el individuo debe reconocerse como “Eso”, la Existencia Conciente Ilimitada, y terminar con la ilusión de ser el complejo cuerpo-mente. Esto es expresado en la afirmación “Eso tú eres” (Tat Twan Asi). Al ocurrir este reconocimiento –luego de un intenso trabajo espiritual- la ignorancia fundamental desaparece, esto es, la ilusión, el cuerpo causal. Por lo tanto todos los karmas que estaban allí registrados quedan destruidos y el individuo no volverá a nacer.









El Cuerpo Búdico

         

            El Cuerpo Búdico representa el Poder de Sostenimiento reflejado o “cargado” en el Intelecto. Este nivel energético va a sostener todo lo creado por el Cuerpo Causal, alimentándolo, nutriéndolo, sosteniéndolo. Es la expresión más profunda del amor, que da a cambio de nada. Los árboles dando sus frutos, los ríos proveyendo de riego, las madres amamantando, son expresión de este nivel. Es la causa inteligente de todo lo creado.

            Pero también el Cuerpo Búdico actúa como el agua, como un disolvente de las formas y de los límites que permite que todo se transforme en uno, apareciendo así la sabiduría.  La palabra saber deriva de saborear, la experiencia de disolver al otro en mí para conocerlo desde mi interior.

            Nos encontramos entonces frente a una aparente contradicción: el nivel búdico puede sostener la creación o disolverla. Cuando queremos “pequeñas cosas”, algunos objetos materiales o logros diversos, el poder de sostenimiento nos lo provee, porque sostiene todo lo creado. Pero si lo que buscamos es el conocimiento liberador del sufrimiento, es eso lo que nos da a través de disolver todos los límites, terminando así con la ilusión de objetos y seres separados. Vemos en esto la expresión más pura del amor, que nos otorga cualquier cosa que busquemos.

            Expresiones de este mecanismo son la intuición, el saber algo desde adentro, más allá de la razón, más allá del espacio y del tiempo; la compasión, el padecer con el otro que sufre, aliviándole de esta forma el dolor al compartirlo; la empatía, la capacidad de ponernos en el lugar del otro para conocerlo desde adentro y la plenitud, la conciencia de ser el mismo ser en todos los seres existentes, la no-dualidad, la unicidad. El recuerdo (re-cordar, volver al corazón, al ser) está relacionado con este nivel.

            Vemos que esta unicidad es lo opuesto de la dualidad que estudiamos con el Cuerpo Causal, nivel en que veíamos la multiplicidad de formas diversas, ilusionando la separatividad. Pero cuando la mente es trabajada pacientemente con las prácticas espirituales, es este conocimiento el que se revela en ella: parecemos muchos pero somos uno; lo que le pasa al otro también me pasa a mí, y surge la necesidad de dar al otro, que soy yo mismo, de sostenerlo, de amarlo y de cuidarlo. Esta es la expresión más pura del Cuerpo Búdico, que nos colma de felicidad.


            Búdico proviene del sánscrito buddh, despertar. Buda es el que está despierto. El Cuerpo Búdico es el nivel de despertar al conocimiento, a la sabiduría, que es logrado cuando vivimos con los valores humanos, en la verdad, en la paz, en el amor, en la no-violencia y en la acción correcta. Es la sabiduría que destruye la ignorancia, la ilusión, y con ella el karma. Cuando no buscamos ese conocimiento se cierra esta posibilidad y quedamos en el Samsara y sus leyes, en el mundo de dolor por sentirnos separados del todo, inermes y en peligro.


Los Sostenedores

Las personas que han despertado a este nivel de conciencia, los sostenedores, son guiadas por el amor a los demás, de quienes no esperan nada a cambio. Simplemente sienten satisfacción con el solo hecho de dar. En este sentido, el servicio desinteresado es lo característico de sus vidas. Son idealistas: sostienen todos los valores del ser, como la verdad, la paz, el amor, la no-violencia y la rectitud, y se consagran a ellos.

            Asimismo, esta cualidad positiva y dinámica de amor y respeto universal los hace compasivos con todas las criaturas vivientes, a las que inspiran confianza porque crean una atmósfera de paz a su alrededor. Por otra parte, son humildes, ya que tienen claro que nada les pertenece exclusivamente, sino que sus dotes son patrimonio de todos, sintiéndose afortunados de haberlas recibido para compartirlas.

            Estas personas se caracterizan también por la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar de los demás y entenderlos sin juzgarlos ni culparlos. Son veraces: viven en la verdad y la reflejan. Piensan en cada palabra que dicen, hablan de modo deliberado y con un propósito claro. En función de esto ven claro, más allá del común de las personas, pudiendo desarrollar percepciones extrasensoriales.






El Cuerpo Átmico

            Cuando el poder de transformación se refleja o se “carga” en el intelecto lo llamamos Cuerpo Átmico y se expresa como voluntad, fortaleza, capacidad de liderazgo, resistencia, responsabilidad, disciplina. Representa el soplo de vida, el impulso o fuerza original necesaria para que sea posible la creación y el sostenimiento.

            La voluntad proviene de una decisión interna, de un conocimiento esencial en virtud del cual se fija un objetivo que resulta perdurable e inamovible. La voluntad no acepta decisiones externas, se sostiene sola. No hay nada que la pueda torcer: disuelve cualquier obstáculo que se presente, sean ideas, emociones o límites físicos de cualquier tipo, e incluso es capaz de vencer las creencias de la propia mente. Se expresa como voluntad de vivir, voluntad de estar en el mundo y voluntad de conseguir. A diferencia del deseo, que es cambiante, la voluntad es firme.

El motor de esta fuerza es la fe, la seguridad de que algo es posible más allá de la razón. Es lo que nos permite estar en la vida y hacer frente a los embates del destino.


Los Transformadores     

Las personas que canalizan este poder del ser son decididas, saben lo que quieren y no se detienen hasta conseguirlo. Son fuertes, resistentes y ejercen poder. Podemos verlos como dirigentes, conductores, líderes.

Son responsables frente a sus obligaciones y a los que toman a su cargo. Si tienen un objetivo claro, no se apartan de él hasta conseguirlo. Independientemente de cómo sean las condiciones exteriores, su empeño no se modifica. Una vez fijado su objetivo pueden renunciar a cualquier otra cosa y luchar contra cualquier obstáculo que se les presente: son disciplinadas, persistentes e incansables. Tienen internamente estructurado su plan y todo lo que realizan en su vida tiene que ver con ello.


Las personas excepcionales

            Los creadores, los sostenedores y los transformadores forman un pequeño grupo de la población caracterizado por su excepcionalidad. Estas personas se identifican por tener ciertas capacidades, habilidades o talentos que los diferencian del resto de las personas y que, cuando las manifiestan, esas cualidades los trascienden como individuos y benefician a otros.

Maslow llama a estas personas autorrealizadoras  y dice que participan, sin excepción, en una causa exterior a su propia piel, en algo que está fuera de sí mismos. Trabajan con devoción en algo que es muy precioso para ellos, una vocación, siguiendo una llamada del destino; como aman lo que hacen, la dicotomía trabajo-goce desaparece en ellos. Uno dedica su vida a la ley, otro a la justicia, otro a la belleza o a la verdad. Todos, de un modo u otro, la dedican a la búsqueda de los valores del Ser, los valores últimos, que son intrínsecos y que no pueden reducirse a nada más fundamental, como la verdad, el bien, la belleza, la perfección, la sencillez, la comprensión global, etcétera. Asimismo se diferencian de las personas comunes y corrientes. Estas últimas, la mayor parte de la humanidad, se caracterizan por una actitud que gira en torno del dinero, la satisfacción de necesidades básicas (comer, dormir, copular y defenderse), el mero hábito, la sujeción a estímulos, las necesidades neuróticas, la convencionalidad y la inercia. Son los que no se detienen a examinar ni cuestionar la vida, limitándose a hacer lo que los otros esperan de ellos.


Cuando el talento se convierte en un problema

Las características de excepcionalidad no son fácilmente aceptadas por muchos de estos individuos. Algunos las viven como extrañas, con una fuerza propia, que pugnan por expresarse a través de ellos y que son incontrolables, lo que les produce pánico.

Esto lleva a que las personas que las poseen se sientan extrañas, diferentes de los demás y que piensen que algo anda mal en ellos.

Debido a todo esto hacen el esfuerzo de parecerse al común de la gente, dejando oculto su potencial. En este caso no creen tener ningún talento especial, sintiéndose avergonzados, temerosos y sin capacidades.

Al no estar conectados con su potencial, empiezan a experimentar dificultades en el ámbito personal y laboral: les resulta difícil manejar sus vínculos, sus actividades, sus proyectos o independizarse. Se sienten abrumados por el caudal de sus ideas y no encuentran cómo implementarlas, perdiendo de vista sus objetivos.

Como consecuencia de todo esto se desaniman, no disfrutan de lo que hacen, sienten vacío existencial, llegando a veces a manifestar un síndrome de pánico o una depresión profunda.


Viviendo como uno mismo

            Cuando las personas excepcionales aprenden a reconocer sus aptitudes, aceptarlas y desarrollarlas, pueden expresarse como personas diferentes, con nuevas reglas de vida que van descubriendo e implementando.

            Al reconocerse como individuos originales, con principios firmes y una voluntad y constancia que les permite alcanzar sus objetivos, la autoestima y la seguridad en sí mismos se incrementa, pudiendo aceptar nuevos desafíos.

            Asimismo, cuando ven que la expresión de sus talentos, además de beneficiarlos a ellos, lo hace con otros, desarrollan un sentimiento de realización y bienestar que se irradia a su entorno.






Cuarta Parte
Los caminos hacia la autoconciencia

Salud, enfermedad y curación

            Cuando las capacidades creativas, sostenedoras y transformadoras de los seres humanos, que se encuentran en potencia en todos ellos, son manifestadas en actos, se percibe la vida como algo provisto de finalidad y sentido. La finalidad consiste en ejecutar las acciones que exaltan la propia dignidad y adquirir el conocimiento que abarque el Universo y sus leyes, para aproximarse a la Unidad  que todos somos.

            Si esto ocurre y el ser real es expresado, hay una integración del cuerpo, la mente y el espíritu que se vivencia como dignidad, sabiduría y felicidad. A este estado lo llamamos salud.

            Pero si aquellas capacidades no son manifestadas, el complejo cuerpo-mente comienza a vibrar inarmónicamente y se desequilibra. Esta inarmonía comienza a expresarse entonces en forma progresiva en los distintos cuerpos del complejo, desde el más sutil hacia el más denso. Primero aparecerán trastornos en el pensamiento (por ejemplo la duda, la repetición obsesiva o la distracción), posteriormente se agregarán trastornos en las emociones (por ejemplo el odio, el resentimiento o la posesividad), más tarde se le sumarán trastornos funcionales orgánicos (acidez, disnea o taquicardia), para finalmente manifestarse la inarmonía en trastornos físicos densos (una infección o un proceso degenerativo). Llamamos enfermedad a todas estas expresiones del desequilibrio energético en el complejo cuerpo-mente.

            Vemos que la enfermedad constituye un mecanismo de alerta que advierte al individuo que se ha apartado de su finalidad, de su realización. Si las señales no son oídas y se retoma el curso original, aumentan hasta que, finalmente llega la muerte. Cuando aparece la expresión física de la enfermedad, ha transcurrido ya mucho tiempo desde su inicio, pero sus pródromos no se han tenido en cuenta.

            La enfermedad no aparece arbitrariamente. Las posibilidades de adquirir determinadas enfermedades no son iguales para todos los individuos. Existe un plan patológico propio de cada cual que lo hace vulnerable a cierto tipo de de patologías e indemne a otras. Esta tendencia energética que origina en el individuo la predisposición a contraer determinadas enfermedades ha sido denominada psora.

            La psora representa un concepto diferente en cuanto a la causalidad de la enfermedad. El potencial psórico se descarga hacia el nivel molecular/celular del organismo, manifestándose como cambio disruptivo o enfermedad, una vez desarrollado el conflicto entre las tendencias superiores a expresarse y una personalidad que impide su manifestación. Cuando esto ocurre, el organismo se vuelve susceptible a determinados agentes nocivos, como bacterias, virus, tóxicos o radiaciones. Se crean así influencias energético-fisiológicas que predisponen a diferentes clases de dolencias, comenzando, como dijimos, por las alteraciones del pensamiento y de las emociones.

            La psora no es necesariamente una enfermedad sino un potencial patógeno, una capacidad para expresar en los niveles del complejo cuerpo-mente, los desvíos de éste respecto de sus altos fines. Guarda una relación simbólica con la totalidad del ser humano en cuanto a sus créditos y deudas kármicas. Aparece entonces como un  patrón kármico predeterminado.


            En esta línea, la curación consiste en la armonización de las energías de los distintos cuerpos del complejo cuerpo-mente cuando éstas se hayan desequilibrado. En cierto modo, la curación siempre es una autocuración, porque solamente tomando responsabilidad en la generación de la propia inarmonía, el individuo puede efectuar las modificaciones necesarias para recuperar la salud.

            En general es necesaria la mediación de otro para alcanzar la curación. Si la persona enferma ha llegado al estado en que se encuentra, es porque no le ha sido posible concientizar su desvío. Precisa de un intermediario que le provea, ya sea directamente a través de sí, o a través de sus palabras, acciones terapéuticas o remedios, esa información que le falta.


El proceso de transformación

            Hemos visto distintos tipos de personas  según se identifiquen con los diferentes cuerpos del complejo cuerpo-mente -el físico, el emocional o el mental- o expresen las características de los cuerpos espirituales –causal, búdico o atmico- y las vicisitudes por las atraviesan.

            El pasaje de un nivel a otro, que implica un devenir más conciente, está determinado por leyes del Universo que son inmutables, cuyo conocimiento nos hará más llevadero dicho pasaje. Este proceso de devenir conciente tiene un formato típico: nos vamos trasladando desde un lugar de mayor ignorancia a uno de menor ignorancia. Es decir, a medida que nos transformamos, nos movemos hacia el conocimiento de quiénes somos realmente.

            Este proceso ha sido homologado en la mitología con un camino de conocimiento, con una aventura, y el protagonista, con un héroe o con un guerrero espiritual, debido a las dificultades que encierra y al miedo que siempre lo acompaña. Distintos autores lo reconocieron y describieron también en distintos aspectos de la existencia humana.

Las matrices perinatales

            Stanislav Grof, en Psicología transpersonal, ha llamado la atención sobre las matrices perinatales. Se trata de cuatro secuencias experienciales perinatales, dotadas de aspectos emocionales y psicosomáticos específicos, que muestran las transformaciones fundamentales de la personalidad en los procesos de muerte y renacimiento, de pasaje de una etapa que termina a otra que se inicia.

            En la matriz perinatal básica 1 (MPB 1), la base biológica la constituye la experiencia de la unión original simbiótica del feto con el organismo materno durante la existencia intrauterina. Las condiciones son prácticamente ideales: ausencia de fronteras, seguridad, alimento.

            La MPB 2 está relacionada con el inicio del parto en el que el feto se ve constreñido por espasmos uterinos, el cuello del útero permanece cerrado y todavía no existe camino de salida. Hay una sensación abrumadora de angustia y de peligro inminente, cuyo origen no se logra identificar, por lo que se desarrolla una ansiedad paranoide: el individuo se siente perseguido por todo tipo de situaciones. Experimenta la sensación insoportable e irremediable de estar atrapado, sin salida. El sujeto no puede ver nada positivo en el mundo y en su existencia. Sufre desolación, sensación de inutilidad, inferioridad y culpabilidad.

            En la MPB 3, prosiguen las contracciones uterinas pero, al contrario de la anterior, el cuello del útero está ahora dilatado y permite la propulsión del feto hacia el exterior, que atraviesa el canal del parto con todas sus dificultades. Las secuencias temáticas típicas de esta etapa son los elementos de la lucha titánica, experiencias sadomasoquistas e intensa excitación sexual. A diferencia de la MPB 2, la situación no parece irremediable y el sujeto no se siente imposibilitado, sino que participa activamente con la sensación de que su sufrimiento tiene una dirección y un propósito determinados.

            La MPB 4, está relacionada con el nacimiento. El proceso de lucha llega a su fin y a la tensión le sucede repentinamente el alivio y la relajación. Se comienza entonces una nueva existencia. El sujeto experimenta una profunda sensación de liberación y el mundo parece ser un lugar hermoso y seguro.

            La secuencia descripta por Grof muestra que la forma de nacer es el modelo que se repetirá durante toda la vida cada vez que pasemos de un estado a otro cualitativamente más avanzado. Desde la MPB 1 no se accede a la MPB4 directamente sino atravesando las otras dos. Cuando se cumple un ciclo vital nos encontramos en el estado descripto en la MPB2, para luego buscar una salida con las vicisitudes de la MPB3.





La aventura del héroe

            En El héroe de las mil caras, Joseph Campbell, un estudioso de las mitologías de los grupos culturales más diversos, describe la semejanza entre los diferentes mitos sobre héroes y el paralelo que tienen con ese camino de conocimiento. Según Campbell, el héroe es el hombre o la mujer que ha sido capaz de combatir sus limitaciones personales y triunfar sobre ellas de modo de alcanzar formas humanas más elevadas y que luego vuelve transfigurado, para enseñar las lecciones que ha aprendido sobre la renovación de la vida.

            Considerada así, la aventura del héroe sigue un modelo nuclear: el alejamiento del mundo, la penetración en alguna fuente de poder y el regreso a la vida para vivirla con más sentido.

            El viaje del héroe comienza con un llamado a la aventura. Este llamado levanta el velo que cubre un misterio de transfiguración. El llamado pide abandonar una determinada situación social, entrar en la propia soledad y encontrar el centro. Es un momento de la vida equivalente a una muerte y a un renacimiento.

            En esta etapa el individuo atraviesa por una situación especial, extraordinaria, que marca una diferencia sustancial entre el antes y el después. Puede tratarse de un accidente, de una pérdida, de una enfermedad o de una crisis vital. Por eso siempre es simbolizada por un anunciador aterrorizante. Ello hace que la mente se desestructure y se pierdan los parámetros familiares. Los viejos conceptos, ideales y patrones emocionales dejan de ser útiles. La mente se ve obligada entonces a crear nuevas estrategias.

            Pero puede suceder que el individuo no responda a ese llamado, es decir que no enfrente con nuevas estrategias lo que el anunciador aterrorizante trae. En este caso, si el llamado no es atendido, el individuo pierde la oportunidad de transformarse. Al no hacer ninguna modificación en su conducta se convierte en víctima y la aventura se vuelve negativa.

            En la mitología, aquellos que aceptan el llamado se encuentran con los consejeros, una o más figuras protectoras –a menudo una viejecita o un anciano- que le proporcionan al aventurero amuletos contra las fuerzas que debe aniquilar. Ellos representan a los consejeros o guías que señalan el camino y dan las indicaciones para atravesarlo. Los protectores son individuos que, como ya han pasado por esta aventura, cuentan con la experiencia y el conocimiento para ayudar y alentar al individuo. Siempre aparecen cuando el individuo acepta el llamado a la aventura, cuando su actitud es de aceptación del desafío y no de huída. No solamente son personas concretas, también pueden ser libros, películas o hechos de la vida cotidiana que son leídos en este momento como un mensaje.

            Así, el héroe avanza hasta que se encuentra con los guardianes del umbral. Detrás de este umbral están la oscuridad, lo desconocido y el peligro. Si lo atraviesa, el individuo pasa a una nueva zona de experiencia.

            La aventura es siempre un pasar más allá del velo de lo conocido a lo desconocido. Las fuerzas que cuidan la frontera son peligrosas; tratar con ellas es arriesgado, pero el peligro desaparece para aquél que es capaz y valeroso.

            El umbral constituye la frontera de lo conocido, de lo convencional, aquello que el grupo humano en el que uno se desenvuelve sostiene con sus creencias. Si se lo atraviesa, se encuentra lo desconocido, que siempre se vive como peligroso. La persona debe vencer a los guardianes del umbral, que son sus propios apegos: sus estereotipos, sus creencias, sus miedos. Y esta batalla se libra en la propia mente. Recién entonces se adquiere el nuevo conocimiento.

            Cuando la misión del héroe se ha llevado a cabo, el aventurero debe emprender el regreso con el trofeo –su nuevo conocimiento- y enfrentarse a la sociedad. Tendrá que soportar entonces el golpe de las dudas razonables, de los duros resentimientos y de la incapacidad de la gente para comprender. Para completar su aventura, deberá sobrevivir al impacto del mundo.

            El individuo vuelve a su mundo habitual, cotidiano, donde se encuentran las personas que no han hecho esa travesía y que, por lo tanto, no pueden entender lo que ello significa. Resulta difícil aprender a vivir en este mundo, ahora extraño. Si bien al principio es frecuente que se quiera convencer a la gente de que hay otra forma de vivir o de pensar, luego de ser resistido se comprende que no es posible cambiar a quien no quiere hacerlo: éste es un viaje de ida que se hace por decisión propia y en el que uno está solo. El individuo debe enfrentar ahora el miedo a la soledad, la duda acerca de si fue bueno el haber dado ese paso, la desolación, la desesperación de saber que se ha quedado sin los elementos para desempeñarse en aquel mundo conocido. Todavía no tiene nuevas herramientas para defenderse en este nuevo estado de conciencia. Entonces aparecen el desánimo y la depresión, hasta que sepa que hay otros como él y los reconozca. Además ahora se ha convertido en un sabio, en un consejero, que guiará al que emprenda este mismo camino.

            Las matrices perinatales y la aventura del héroe son dos modelos que nos muestran que el devenir conciente es un proceso de transformación que pone en evidencia que la evolución del ser humano es un camino largo y trabajoso. Este proceso se inicia en un punto específico de la vida de cada uno que está caracterizado por la insatisfacción vital y un profundo deseo de cambio. Mientras esto no ocurre, el pasaje no se produce.


La crisis de pasaje

            Este proceso espontáneo de transformación puede ser también progresivo, observándose en las personas que van evolucionando y generando un cambio lento y gradual en la percepción del propio ser y del mundo. Luego de un período de meses o años, estas personas miran hacia atrás y se dan cuenta de que tanto su comprensión del mundo como sus valores, sus parámetros éticos y sus estrategias de vida han cambiado profundamente.

            Pero otras veces el proceso de transformación toma la forma de una crisis en la que las personas se sienten abrumadas por experiencias internas inéditas: emociones intensas, pensamientos extraños, visiones u otros cambios sensoriales. Estas crisis pueden ser desencadenadas por diferentes factores que llevan al individuo a un estado límite; por ejemplo, el cansancio físico extremo, la prolongada falta de sueño, un parto, un divorcio, un desastre financiero, enfermedades, accidentes, las experiencias cercanas a la muerte o el fallecimiento de seres queridos –el anunciador aterrorizante.

            Durante estas crisis la persona se siente irreal e incómoda en su vida habitual, resultándole difícil enfrentar las exigencias cotidianas. La vida ordinaria le resulta fútil y empieza a preguntarse acerca del sentido de la vida en general y de su propia vida en particular. Las características de este desequilibrio hacen que se parezca a la psicosis depresiva o melancolía. Por su intenso sufrimiento fue denominado por los místicos cristianos “la noche oscura del alma” y Grof lo describió como “emergencia espiritual” –MPB2.

            Este estado emocional depresivo y desesperado se caracteriza por un sentimiento de indignidad, la tendencia a la autocrítica y a la auto condena, una sensación penosa de impotencia mental, el debilitamiento de la voluntad y la dificultad para pasar a la acción.

            El miedo, el sentimiento de desolación, la sensación de volverse loco, el temor a hacer algo incontrolado y la preocupación por la muerte se encuentran entre los componentes más problemáticos y alarmantes con los que se enfrentan quienes viven un proceso de este tipo.

            Cuando a este cuadro se le agregan algunos síntomas corporales, se lo ha denominado “síndrome de pánico”, caracterizado por síntomas que se manifiestan en el aparato cardiovascular, en el respiratorio y en el sistema nervioso autónomo. Este síndrome se presenta súbitamente, en cualquier momento y lugar, sin relación con las situaciones externas en que se encuentra la persona. Aparecen palpitaciones, disnea, dolores torácicos, sensación de ahogo, vértigo, parestesias en manos y pies, golpes de frío y de calor, transpiración, desmayos y temblores.

            A pesar del intenso sufrimiento que implican estas crisis, las personas que las atraviesan surgen a un nuevo estado vital, a una nueva manera de comprender la realidad y a un grado de felicidad inédito en sus vidas –MBP4.





El buscador espiritual

            Hay personas que en un determinado momento de la vida y por motivos externos diferentes, comienzan a sentir la necesidad de saber y obtener respuesta a preguntas tales como ¿Quién soy? ¿Dónde estoy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? Y es así que comienzan esta búsqueda de conocimiento en forma indiscriminada al principio para ir estableciéndose luego en una determina línea, que no es la misma para todos. Y esto es así porque no todos tienen la misma constitución energética ni la misma historia kármica. Es por esto que cada uno sentirá afinidad por determinada escuela y no por otra. Pero cuando el deseo de saber es intenso y la búsqueda es constante comienzan a aparecer los maestros correspondientes.



Métodos rápidos

            Las ceremonias rituales de todas las épocas han combinado diversos estímulos para producir una conexión con la dimensión espiritual y conducir a los pueblos a través de los difíciles umbrales de las transformaciones vitales. Con este fin se han utilizado luces, sonidos, aromas. Las vibraciones aromáticas producidas por los sahumerios, las vibraciones de ciertos colores de luz, las reverberaciones sonoras de las letanías, los mantras, la música sacra y los tambores en los rituales indígenas, tienen este sentido. Del mismo modo, ciertas sustancias (llamadas psicoactivas o psicodélicas) tienen este mismo efecto. Desde tiempo inmemorial, se han considerado sagradas a las plantas psicodélicas y diferentes culturas las han usado como un medio de conexión con las realidades sutiles, en el contexto de ceremonias especiales. Más modernamente se las denomina “enteógenos”, término acuñado por el etnobotánico R. Gordon Wasson que hace referencia a sentir la presencia de la divinidad que se experimenta bajo su influencia.

            Por último, estímulos como la hiperventilación, el cansancio extremo o, más cruentamente, la flagelación y el dolor también consiguen el mismo propósito. Estos métodos funcionan como una puerta que se abre súbitamente y muestran lo que hay detrás para luego cerrarse. Señalan un camino cuando el individuo se ha desviado. Después de estos estados bruscos de expansión de la conciencia, los individuos no vuelven a ser los mismos de antes: saben que hay algo distinto hacia donde tienen que dirigirse, para lo cual deben abandonar modelos que ya no les son útiles. Tal vez este efecto pueda entenderse mejor con lo que dice René Daumal en El monte análogo, refiriéndose al alpinismo: “Al subir uno ve. Al bajar ya no se ve, pero se ha visto. Existe el arte de moverse en las regiones bajas mediante el recuerdo de lo que se vio al estar más arriba. Cuando ya no es posible ver, por lo menos se puede saber”.

            Todos estos métodos de búsqueda, que llamamos rápidos, generan la sensación de que el conocimiento proviene de “afuera”, de una fuente exterior a nosotros mismos. El nivel conceptual para esto es la “dualidad” (dvaita) y proviene del nivel creativo, del Cuerpo Causal.


Método lento y progresivo

            En cambio, el método lento y progresivo nos permitirá comprender la realidad desde un nivel más sutil, la Sabiduría profunda, que nos ubica en la causa inteligente de lo creado, el Cuerpo Búdico. A diferencia de los métodos anteriores, se vivencia el conocimiento emanando desde uno mismo, como revelado. Esta comprensión es no-dual (advaita), entendiendo al Ser como el mismo Ser en todos los seres: unicidad.

            Cuando estudiamos la ley del karma, la reencarnación, la enfermedad y el proceso de transformación vimos que son formas espontáneas e inconscientes de llegar al conocimiento a través de la prueba y el error. Todas ellas se acompañan de sufrimiento. La disciplina espiritual, en cambio, es el camino hacia la autoconciencia conciente y voluntario. A diferencia de las anteriores, está desprovista de sufrimiento y conlleva un estado de felicidad.

            Siendo tan importante este método, ya que es el camino soberano hacia el autoconocimiento, aquel que nos puede liberar del Samsara, recordaremos todas las prácticas aprendidas.





La disciplina espiritual

            A diferencia de lo que sucede con los métodos de acceso rápido, el lento y progresivo, requiere una férrea disciplina, que permiten establecerse en el conocimiento buscado. Yoga es la palabra sánscrita que describe a esta disciplina, que quiere decir “juntar” y que alude específicamente a juntar la conciencia humana con la cósmica. Aunque en esencia las dos son inseparables y forman una unidad, la primera ha quedado subjetivamente separada de la segunda.
            En los Yogasutras, Patanjali establece que para que esa unión sea posible deben cumplirse tres condiciones fundamentales: 1) las prácticas deben continuarse por un tiempo prolongado; 2) no debe haber interrupciones; y 3) debe hacerse con devoción y reverencia.


            La meditación consiste en cualquier disciplina que apunte a intensificar la percepción mediante la dirección conciente de la atención. Hay una amplia variedad de técnicas específicas. En algunas prácticas el sujeto se limita a sentarse y procura mantenerse conciente del fluir constante de sus vivencias. Otras prácticas requieren que se fije la atención en objetos específicos, como la respiración, sensaciones, sonidos, imágenes visuales, la repetición de un nombre sagrado o la visualización de una forma divina. Pero lo más importante es que el meditador pueda aprender a detener el constante fluir de la mente y a constatar que el que observa ese fluir es otro que la mente: es la Conciencia estable e inmóvil de la que surge todo lo que se mueve, como las formas físicas, las emociones y los pensamientos, que emergen, se sostienen y se destruyen continuamente.

El accionar correcto consiste en hacer lo que uno tiene que hacer, sin postergarlo ni evitarlo, cumpliendo con las obligaciones en tiempo y forma, pero desvinculado de los resultados. Esto significa que somos dueños de nuestras acciones, pero no de sus resultados, ya que estos dependen de innumerables factores desconocidos para nosotros. El resultado de nuestras acciones puede ser lo esperado, más de lo esperado, menos de lo esperado o lo opuesto de lo esperado. Este conocimiento y esta práctica producen un estado de felicidad y paz interior por cumplir con nuestras obligaciones y liberarnos de su resultado.


La alineación del pensamiento, la palabra y la acción produce una integración de la personalidad que se traduce en una mayor vitalidad, firmeza y estabilidad. Decir lo que se piensa y hacer lo que se dice tiene varias consecuencias. En principio, antes de hablar uno debe estar seguro de que eso es lo que piensa y que lo que diga tendrá que hacerlo. Esto evita el gran gasto de energía que ocurre cuando uno habla sin tener en cuenta las consecuencias de hacerlo, al no considerar la unidad que constituyen el pensamiento, la palabra y la acción. Si esta unidad se rompe, el que piensa es uno, el que dice es otro y el que hace es un tercero, fragmentándose la personalidad y perdiendo fortaleza en la expresión, lo que se traducirá en desánimo, cansancio, frustración.


            La abstención de violentar (ahimsa en sánscrito), la abstención de causar daño, ya sea con el pensamiento, la palabra o la acción, posibilita el respeto por todos los seres y el sentimiento de unidad con el Universo.

El esfuerzo conciente de refrenar todo impulso agresivo hace que la situación violenta que se está desarrollando se resuelva en un nivel superior de conciencia, cesando toda hostilidad en presencia de uno. La práctica continua de esta abstención hace que emanen de quien la practica fuertes vibraciones de amor y bondad que inspiran confianza en quienes lo rodean, creando un clima de paz y bienestar.

            La abstención de mentir o práctica de la verdad (satya en sánscrito) significa evitar estrictamente toda exageración, inexactitud, simulación u otras faltas similares que implican decir o hacer lo que se sabe que no es cierto.

Cada mentira exige una cantidad de otras mentiras para sostenerse. Tal esfuerzo crea un terreno propicio para toda clase de perturbaciones emocionales, que no se notan hasta que comienza a practicarse esta abstención, momento en el que empiezan a evidenciarse las formas más sutiles del mentir.

No debe confundirse la práctica de la verdad con creer que debe decirse toda la verdad si no es necesario, lo que llevaría a producir un daño. La alternativa es el silencio.

La práctica de la verdad permite comprender la profundidad de los hechos, entender de dónde vienen y hacia dónde van, es decir qué es lo que va a ocurrir. Raramente una persona que hace esta práctica pueda ser embaucada, porque la verdad se manifestará ante sí de alguna manera.

La abstención de hurtar o robar, de apropiarse de lo ajeno (asteya en sánscrito), es decir, la decisión de establecerse firmemente en la honradez y no adueñarse de aquello que a uno no le pertenece, sitúa al individuo por encima de la ley que lo confina a los recursos limitados que le permite su karma. De aquí que, como consecuencia, se le ofrece todo lo que necesita.

La abstención de codiciar (aparigraha en sánscrito), el no querer acumular posesiones, libera al individuo del gran gasto energético que requiere conservarlas. Este estado libre de apegos permite comprender el cómo y el porqué de la existencia.


           
La entrega

            Cuando estamos identificados con el ego, el pensamiento de ser el complejo cuerpo-mente, nuestra sensación de limitación, soledad e inseguridad es inmensa. En lugar de sabernos el océano, nos creemos una gota aislada del mismo. Esto nos llevará a sentirnos acosados, amenazados, temerosos del resto del mundo, al que consideramos ajeno. Y, comprensiblemente, para protegernos y defendernos, llevaremos adelante conductas tales como la violencia, la mentira, el robo, la codicia. Estas acciones son nuestras miserias, palabra que proviene del griego mis-eros, desamor. El amor, la fuerza que crea y sostiene en equilibrio a todo el Universo, no está expresado en estos actos, que son manifestados con un corazón roto, cor-ruptus en latín, como actos corruptos.

            Mediante la práctica espiritual transformamos nuestra personalidad de miserable y corrupta en amorosa y correcta. Al abstenernos de funcionar en el nivel egoico, al renunciar a las prácticas de un ego asustado y temeroso, automáticamente comenzamos a hacerlo en el nivel trascendente. Esto es la renuncia o la entrega, según cómo lo miremos: renunciamos a ser una gota para entregarnos a ser el océano.

            La entrega implica un proceso de transformación mucho más profundo que la simple aceptación de cualquier experiencia y situación difícil que uno tenga en el curso de la vida.

            La práctica de la entrega empieza con la afirmación “Hágase tu voluntad y no la mía”, lo que significa no llevar a cabo acciones egoicas, generadas en el complejo cuerpo-mente y determinadas por los deseos y pensamientos, sino acciones dictadas por la Existencia Conciente Ilimitada, la Conciencia. Debe haber, sin embargo, un esfuerzo firme por producir un continuo retraimiento de la conciencia desde el nivel de la personalidad hacia el nivel del Ser. No se trata de una entrega a otro sino a sí mismo, en el reconocimiento de que el Ser es uno mismo. Significa la comprensión de la unidad de todas las cosas, de que no hay alguien o algo que se entrega y tampoco alguien que recibe la entrega.

            Se trata de renunciar a la ilusión de separación, abandonar la idea de que “esto es mío”, liberarse de los apegos y deseos de adquisiciones materiales y satisfacciones emocionales, característicos del ego. Se trata de actuar sin desear los resultados, realizando las acciones sólo porque es el deber de cada uno. Los resultados, entonces, no dependen de uno sino que quedan en  manos de un Orden Superior que el ego no puede comprender.




El resultado de la práctica espiritual

            El resultado de este intenso trabajo espiritual ha sido descripto de diferentes maneras. Mencionaremos aquí algunas que pueden llevar a una mejor comprensión del tema.

            Roberto Assagioli habla de un aumento en el sentido de profundidad y de interiorización, como si uno estuviera ascendiendo a un nivel más alto, recorriendo un sendero, percibiendo una ampliación o expansión de la conciencia, donde algo se activa, se desarrolla, se potencia. Hay una sensación de iluminación y un sentimiento de gozo y alegría, de liberación, de renovación, de renacimiento.

            Abraham Maslow alude a sentimientos de plenitud, integración, totalidad, perfección, “completud”, vitalidad, intensidad, riqueza y sencillez a la vez, realidad de la experiencia, independencia, libertad interior, aumento del sentido de la belleza, conciencia de bondad, ausencia de esfuerzo, espontaneidad, alegría, jocosidad, humor.

            Walsh, Elgin, Vaugham y Wilber la describen como una “experiencia o vivencia trascendental”, diferente de la experiencia ordinaria, que parece desafiar toda descripción, con un incremento de la sensación de claridad y comprensión, la percepción del espacio y el tiempo como ilimitados, una apreciación de la naturaleza holística del Universo y de la propia unidad con él, y un intenso afecto positivo.

            Saraydarian, por su parte, destaca la expansión de la conciencia, el aumento de la creatividad, de la audacia y a la vez de la cautela, la abstención de la crítica, el desvanecimiento de formas de pensamiento de naturaleza ilusoria el desarrollo de un magnetismo y atracción personales, de sabiduría y del sentido de la responsabilidad. Genera una alegría, gentileza y simpatía permanentes, ayuda a descubrir un mundo mayor y más rico de percepciones que están más allá de las sensoriales; aumenta la agudeza de la mente, el poder de síntesis e integración, y permite que emerjan poderes supranormales. Además, desaparece el temor a la muerte, se calman las emociones y el sufrimiento, y la mente encuentra paz.

            Benito Reyes observa que este trabajo interior promueve el desarrollo espiritual porque se comienza a ver al mundo como una totalidad multidimensional de la cual lo físico no es sino un aspecto o un fragmento. Aparece una conciencia clara y más expandida de la vida, un mayor sentido de unidad con todo y una percepción más aguda de la belleza y la alegría. Por una parte, el hombre se libera del aprisionamiento de los sentidos. Al intensificar sus poderes supranormales, disipa el temor a la muerte y crea calma emocional y paz mental, que, a su vez, se vuelve más aguda y más integrada. Por otra parte, mientras se va a atenuando el impacto de los sufrimientos hasta llegar a desaparecer, la cordialidad se torna crecientemente dominante en el carácter de la persona.

            Fisiológicamente, todo esto trae aparejado múltiples beneficios, entre los que se pueden mencionar la disminución del metabolismo basal, de la presión sanguínea, de la tasa respiratoria y del consumo de oxígeno; la merma de la ansiedad y el aumento de la relajación; la disminución del tiempo necesario para recuperarse de los efectos del estrés; el aumento de la agudeza sensorial; la reducción de los dolores crónicos; y la eliminación del cansancio, del insomnio y de la drogadependencia.




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El Dr. Ricardo A. Leveratto es Médico Psiquiatra egresado de la Universidad de Buenos Aires. Se ha desempeñado como psicoanalista, habiendo sido miembro de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APDEBA) y de la International Psychoanalytical Association (IPA). Ha transitado desde el Psicoanálisis a la Psicología Transpersonal y la Medicina Vibracional, desempeñándose como clínico y como docente. Fue miembro fundador y primer vicepresidente de la Asociación Transpersonal de la República Argentina (ATRA). En los últimos años se dedicó a la investigación de los potenciales creadores del ser humano y de las técnicas de abordaje a los dominios trascendentes de la conciencia en diferentes culturas, así como al estudio de Vedanta y su aplicación en la psicoterapia. Ha publicado numerosos artículos y dos libros: “La Medicina de Bach” (Errepar, 1993) y “Los Dominios de la Conciencia” (Errepar, 1997),  además de los blogs  “La posición de la luna en la Medicina de Bach” (www.lalunaylosremediosfloralesdebach.blogspot.com.ar), “La existencia conciente ilimitada” (www.psicologiatranspersonalleveratto.blogspot.com.ar), y  "Las personas excepcionales" (www.laspersonasexcepcionales.blogspot.com).